Semana XXI del Tiempo Ordinario
Martes
26 de agosto de 2025
Lecturas:
“Un corazón limpio y misericordioso: lo esencial del Evangelio”
En la primera lectura, san Pablo abre su corazón a la comunidad de Tesalónica: recuerda que su misión no se realizó con engaños ni por interés, sino como un servicio nacido del Evangelio. El Apóstol se presenta como madre que cuida a sus hijos, revelando que la evangelización auténtica no es imposición ni dominio, sino ternura, cercanía y entrega. Evangelizar es, en palabras del Papa Francisco, “acompañar con paciencia los procesos de crecimiento” (Evangelii Gaudium, n. 24).
La Iglesia, siguiendo a Pablo, está llamada hoy a transmitir la fe no con dureza ni condena, sino con la ternura del amor de Dios que sostiene y guía. El apóstol no buscaba honores ni reconocimientos, sino hacer presente a Cristo. Ese es el modelo para todo servicio pastoral: la alegría de darse, como madre y padre espiritual, con el deseo de que los demás lleguen a la plenitud de la vida en Cristo.
El salmo responsorial nos hace suplicar: “Condúceme, Señor, por tu camino”. Es la oración de quien reconoce su fragilidad y pide luz en medio de las oscuridades del mundo. No se trata solo de cumplir mandamientos de forma externa, sino de caminar en amistad con Dios, dejarse examinar por su Espíritu y vivir con un corazón unificado.
El creyente que ora así sabe que no basta con las apariencias, sino que debe permitir que el Señor purifique las intenciones más profundas. Caminar en la voluntad de Dios no significa rigidez, sino apertura a su amor que libera, sana y orienta hacia la vida verdadera.
El Evangelio de Mateo muestra a Jesús enfrentando a los fariseos. Les reprocha cumplir con los mínimos de la ley —diezmar la menta, el comino y el anís— mientras descuidan lo esencial: la justicia, la misericordia y la fidelidad. La crítica no es contra la ley, sino contra la incoherencia que convierte lo secundario en absoluto y lo esencial en olvido.
Jesús va al corazón: “¡Limpien primero por dentro la copa y el plato, y así quedará limpio también lo de fuera!” (Mt 23,26). La verdadera religión no se mide por ritos externos sin alma, sino por un corazón transformado. La pureza que agrada a Dios no es apariencia, sino autenticidad: actuar con misericordia, vivir en justicia, cultivar la fidelidad a su amor.
Los Padres de la Iglesia insisten en ello. San Agustín decía: “¿De qué te sirve tener las manos limpias si el corazón está lleno de injusticia?” (Comentario al Evangelio de Juan). La coherencia de vida es el verdadero testimonio que hace creíble la fe.
Hoy recordamos a Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars (1843-1897), fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, quien vivió la radicalidad del Evangelio en la atención a los más débiles, demostrando que la ternura y la caridad son la medida de la fe.
También celebramos a San Junípero Serra (1713-1784), evangelizador de California, cuyo lema “¡Siempre adelante, nunca atrás!” nos recuerda que el anuncio del Evangelio exige valentía y constancia, incluso en medio de dificultades y sacrificios.
Ambos santos son ejemplos de cómo vivir la enseñanza de Jesús: poner la misericordia, la justicia y la fidelidad en el centro de la vida cristiana.
Hoy la Palabra nos invita a revisar nuestra fe:
La fe auténtica se alimenta de la coherencia y se expresa en la caridad. La Iglesia no vive de apariencias, sino de corazones que se dejan transformar por el Espíritu. Hoy Jesús nos llama a limpiar el interior, para que también lo exterior refleje su luz. Con san Pablo, con Teresa Jornet y con Junípero Serra, hagamos de nuestra vida una entrega alegre al Evangelio, con la certeza de que el Señor conduce nuestros pasos hacia la plenitud de su Reino.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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