Miércoles
8 de octubre de 2025
Semana XXVII del Tiempo Ordinario
Santa Pelagia, penitente
Mes del Santo Rosario y Mes de las Misiones
Señor, enséñanos a orar: la misericordia que transforma el corazón
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
La Palabra de Dios de este día nos ofrece una de las escenas más humanas y, al mismo tiempo, más divinas de toda la Escritura. En el libro del profeta Jonás (4,1-11), encontramos a un hombre que se enfada con Dios porque su misericordia es demasiado grande. Jonás esperaba que Dios castigara a Nínive por sus pecados, pero el Señor, fiel a su amor, perdona. El profeta se irrita porque Dios es compasivo. ¡Qué contraste tan fuerte! Sin embargo, ese mismo conflicto también habita en nuestros corazones cuando queremos que Dios actúe según nuestras medidas, y no según su infinita misericordia.
Dios, con paciencia paternal, le enseña a Jonás la lección de la higuera que crece y se seca. Le muestra que su corazón no puede ser más pequeño que el del Creador. Es una enseñanza universal: la misericordia de Dios no se limita a los buenos, a los cercanos, a los de “nuestra religión” o nuestro grupo. Él tiene compasión por todos, incluso por aquellos que consideramos lejanos. Como enseña el Papa Francisco, “el corazón de Dios siempre se abre de par en par; el nuestro, en cambio, necesita aprender a ensancharse cada día más”.
El salmo 85 nos hace repetir: “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan”. Es un canto de confianza. En este tiempo donde el individualismo y el juicio rápido parecen dominar, esta oración se convierte en un bálsamo que cura la dureza del corazón. Dios no se complace en la condena, sino en la conversión. Su amor es paciente, y su perdón, generoso.
La escuela de la oración
En el Evangelio según san Lucas (11,1-4), los discípulos se acercan a Jesús con una petición sencilla pero profunda: “Señor, enséñanos a orar”. No le piden milagros ni explicaciones teológicas. Le piden aprender el arte de hablar con Dios. Jesús les enseña el Padre Nuestro, una oración que resume todo el Evangelio. No es una fórmula vacía, sino el corazón del diálogo entre el Hijo y el Padre, en el que nosotros somos invitados a participar.
Decir “Padre” es reconocer que somos hijos amados. Decir “santificado sea tu nombre” es poner a Dios en el centro. Pedir “venga tu Reino” es abrir el corazón a su voluntad. Pedir “danos hoy nuestro pan de cada día” es reconocer la fragilidad y la confianza. Suplicar “perdónanos” nos hace humildes, y decir “no nos dejes caer en la tentación” nos recuerda que no caminamos solos.
Cada palabra del Padre Nuestro es un acto de fe. No es una repetición mecánica, sino una declaración de amor. Orar es respirar el aire del cielo en medio del polvo de la tierra. Por eso, el Papa Benedicto XVI afirmaba: “El cristiano que no ora se asfixia, porque la oración es el oxígeno de su alma”.
Santa Pelagia: el poder de la conversión
Hoy la Iglesia recuerda a Santa Pelagia, una mujer que pasó de la vida mundana a la santidad radical. En su juventud fue conocida por su belleza y por una vida de pecado. Sin embargo, un encuentro con la predicación de un obispo la transformó por completo. Abandonó todo, buscó el perdón, y se retiró a la oración y la penitencia. Su historia nos recuerda que ninguna vida está perdida cuando se abre al amor de Dios. Ella aprendió que la misericordia no tiene límites, y que la oración es el camino de retorno al corazón del Padre.
Jubileo de la Vida Consagrada
En estos mismos días, del 8 al 12 de octubre de 2025, la Iglesia universal celebra en Roma el Jubileo de la Vida Consagrada, convocado por la Santa Sede dentro del gran Año Santo 2025 bajo el lema “Esperanza que no defrauda”. Miles de religiosos, religiosas y consagrados de todo el mundo peregrinan hasta la Puerta Santa de San Pedro, participando en momentos de oración, adoración, reflexión y acción de gracias con el Papa. Este Jubileo busca renovar en cada consagrado el fuego del primer amor, fortalecer su fidelidad al Evangelio y testimoniar la belleza de una vida totalmente entregada a Dios. La Santa Sede recuerda que “la consagración no es un privilegio, sino una misión”: un signo luminoso del Reino que anticipa en la tierra la comunión del cielo. En comunión con ellos, nuestra comunidad parroquial se une espiritualmente a esta celebración jubilar, agradeciendo a Dios por la presencia silenciosa, fecunda y orante de los consagrados, que sostienen con su vida contemplativa y su entrega cotidiana la misión de toda la Iglesia. Que este Jubileo inspire en nosotros el deseo de vivir cada día con mayor radicalidad evangélica, en oración, servicio y esperanza, como testigos del amor que transforma el mundo.
Misioneros de la misericordia
En este Mes del Rosario y de las Misiones, el Evangelio nos invita a unir oración y misión. No hay misión sin oración, ni oración verdadera sin apertura a los demás. Cuando rezamos el Rosario, cada Ave María es como una semilla misionera. María nos enseña a decir “sí” a Dios y a llevar a Cristo a los demás. Por eso, el Rosario no es una oración pasiva: es un camino de contemplación que nos impulsa a la acción.
La misión nace del corazón orante. En un mundo herido por la indiferencia, los cristianos estamos llamados a ser signos vivos de la misericordia del Padre. Que en nuestras parroquias, hogares y comunidades resuene cada día la súplica: “Señor, enséñanos a orar… y haznos instrumentos de tu paz”.
Para nuestro caminar cristiano: La oración no cambia a Dios, cambia nuestro corazón para amar como Él ama. Que esta verdad nos llene de gratitud por un Dios que no se cansa de perdonar y que siempre nos espera con ternura. Como compromiso para la semana, recemos cada día el Padre Nuestro con calma y confianza, pidiendo la gracia de mirar al mundo con la misma compasión con que Dios mira nuestras vidas.
Dios
no se cansa de nosotros. Así como acompañó con paciencia a Jonás, así también
nos acompaña hoy. En su infinita ternura, nos enseña que la oración transforma,
que la misericordia libera y que el amor redime. Que María, Reina del Rosario y
Madre de las Misiones, nos enseñe a decir con humildad y confianza:
“Padre nuestro… hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.”
“La
oración es el corazón palpitante de la misión de la Iglesia.”
— Papa León XIV, Mensaje para el Mes Misionero 2025
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
Página web desarrollada con el sistema de Ecclesiared