Seguir a Cristo con todo el corazón
Viernes XVIII del Tiempo Ordinario – 8 de
agosto de 2025
Memoria de Santo Domingo de Guzmán, presbítero
Un Dios que actúa en la historia
El libro del Deuteronomio (4,32-40) nos invita hoy a hacer memoria de la acción de Dios en nuestra historia. Moisés, al hablar al pueblo de Israel, les pide que se detengan a reflexionar: ¿Ha existido jamás algo semejante? ¿Acaso algún pueblo ha oído la voz de Dios y ha seguido viviendo? Israel es testigo de un Dios que irrumpe en la historia, que libera y acompaña. No es un Dios lejano, sino cercano, que camina con su pueblo y lo llama a una alianza de amor.
Este texto es un llamado a no olvidar. La memoria de las obras de Dios no es nostalgia, sino fuerza para el presente y esperanza para el futuro. Como enseña el Papa Francisco, “la memoria cristiana no es estática; es una memoria que nos empuja hacia adelante” (Homilía, 3 de abril de 2018).
El Salmo 76 nos hace rezar: “Recordaré los prodigios del Señor”. Hacer memoria de los momentos en que Dios ha intervenido en nuestra vida es fundamental para mantener la fe en tiempos de dificultad. El salmista no se queda en la amargura de las pruebas, sino que, al recordar, encuentra paz y confianza.
También en nuestra vida personal y comunitaria podemos descubrir “huellas” de Dios: momentos en los que su luz nos guió, su palabra nos sostuvo y su misericordia nos levantó. La fe crece cuando la alimentamos con la memoria agradecida.
En el Evangelio (Mt 16,24-28), Jesús nos presenta el núcleo de la vida cristiana: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. Seguir a Cristo no es una invitación superficial; es un llamado radical que implica renunciar al egoísmo, abrazar la cruz y vivir según el Evangelio.
Pero esta cruz no es un peso sin sentido. Como señala San León Magno, “la cruz de Cristo es la escalera por la que subimos al cielo” (Sermón 51). Cada renuncia hecha por amor abre un espacio para que Dios nos transforme y nos llene de vida.
Jesús nos asegura que nadie que pierda su vida por Él quedará sin recompensa. En su lógica divina, el verdadero ganar está en dar; el verdadero vivir está en amar.
Hoy celebramos a Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), fundador de la Orden de Predicadores, conocidos como dominicos. Su vida fue un reflejo fiel del Evangelio de hoy: abrazó la pobreza, dedicó su existencia a la predicación de la Palabra y no dudó en recorrer pueblos y ciudades para anunciar a Cristo.
Santo Domingo comprendió que la verdad del Evangelio debe proclamarse con mansedumbre y firmeza, uniendo la contemplación profunda con la acción misionera. Sus biógrafos cuentan que pasaba las noches en oración, repitiendo: “Señor, ¿qué será de los pecadores?”. Su amor por las almas lo impulsó a fundar una familia religiosa que, ocho siglos después, sigue iluminando al mundo con la predicación y el estudio de la fe.
Hoy el Señor nos invita a tres pasos concretos:
El Magisterio de la Iglesia nos recuerda que “cada bautizado es un discípulo misionero llamado a anunciar el Evangelio” (Documento de Aparecida, n. 347). No se trata de una misión reservada a unos pocos, sino de una vocación universal.
Hermanos, el seguimiento de Cristo no es un camino de pérdida, sino de plenitud. Cuando ponemos nuestra vida en sus manos, Él nos la devuelve multiplicada en sentido, en paz y en alegría.
Que Santo Domingo interceda por nosotros para que, recordando los prodigios del Señor y aceptando nuestra cruz, caminemos con esperanza hacia el Reino, sabiendo que “el que permanece en Cristo lleva fruto abundante” (Jn 15,5).
Oración final:
Señor Jesús, enséñanos a recordar siempre tus maravillas, a abrazar con amor la cruz de cada día y a seguirte sin reservas. Por intercesión de Santo Domingo, haznos predicadores de tu verdad con nuestras palabras y con nuestra vida. Amén.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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