El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para sanar a los contritos de corazón y perdonar a los que se arrepienten. Lc 4,18
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
La Palabra de Dios hoy nos llama a reflexionar sobre nuestra búsqueda de Dios y la verdadera alegría que se encuentra en Él.
Nos invita a dejar atrás aquello que no nos lleva a la plenitud y a caminar hacia el encuentro con el Señor, quien, como un Pastor compasivo, nos busca y nos encuentra con amor y misericordia. A través de la carta de San Pablo a los Filipenses, el salmo y el evangelio, somos invitados a un cambio de corazón y a un compromiso profundo con la vida en Cristo.
I. La Renuncia a lo Terrenal: San Pablo a los Filipenses
San Pablo nos habla en su carta de una profunda transformación espiritual. Él, quien antes era un fariseo celoso y seguro en las tradiciones de sus padres, reconoce ahora la futilidad de poner su confianza en las cosas terrenales. Para Pablo, lo que antes consideraba “ganancia”, lo ha dejado atrás, para poder ganarlo todo en Cristo. Él escribe:
“Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3,8).
A través de este mensaje, Pablo nos enseña que el conocimiento de Cristo es superior a cualquier otro logro o posesión. La Iglesia, en su Magisterio, nos recuerda que la verdadera libertad y felicidad solo se alcanzan cuando ponemos nuestra confianza en Dios y no en las cosas pasajeras. Como lo señala el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 2544), “El desprendimiento de las riquezas es indispensable para entrar en el Reino de los cielos”. Así, al igual que Pablo, estamos llamados a revisar nuestras vidas y renunciar a aquello que nos aleja de Dios, valorando en su lugar el tesoro eterno.
II. Dichosos los que buscan al Señor: El Salmo 104
El salmo que cantamos hoy proclama: “El que busca al Señor será dichoso”. Es una declaración de esperanza que nos llena de gozo. Cuando buscamos a Dios, nos encontramos con la bendición de Su amor, Su presencia y Su paz en nuestras vidas. La felicidad que ofrece el mundo es efímera, pero la alegría que nos da el Señor es eterna y no depende de las circunstancias.
San Juan Pablo II nos recordaba constantemente que nuestra búsqueda de la verdad, el bien y la belleza nos dirige hacia Dios, quien es la fuente de toda alegría auténtica. Este salmo es una invitación a vivir cada día buscando y confiando en el Señor, confiando en que Su plan para nosotros es bueno y nos conduce a la verdadera plenitud.
III. La Compasión del Buen Pastor: Evangelio según san Lucas
El evangelio de hoy es una hermosa representación de la compasión de Jesús. San Lucas nos relata dos parábolas, la de la oveja perdida y la de la moneda perdida, que ilustran el amor infinito de Dios y Su alegría al recuperar lo que estaba perdido. Jesús, el Buen Pastor, no abandona a ninguno de nosotros. Aunque tengamos fallas y nos alejemos, Él nos busca incansablemente.
En el Magisterio de la Iglesia, esta parábola se entiende como un llamado a la conversión y al arrepentimiento, y una demostración del amor misericordioso de Dios (CIC 1439). La Iglesia nos enseña que Dios no solo nos espera, sino que sale a buscarnos, y cuando nos encuentra, nos devuelve a la comunión con Él. No importa cuán lejos nos hayamos ido, siempre hay esperanza y un lugar en el corazón de Dios.
Hoy, el Señor nos llama a una alegría profunda, basada en la verdadera libertad que se encuentra al seguirlo a Él y no a las cosas de este mundo. Al buscar al Señor, nos volvemos más conscientes de Su amor y nos dejamos transformar por Él. Podemos confiar en que nuestro Buen Pastor nunca se cansará de buscarnos y llevarnos de vuelta a Su rebaño.
Sintamos en nuestro corazón el gozo y la paz que vienen de saber que somos valiosos para Dios. Así como un pastor se alegra al encontrar a su oveja perdida, así el Señor se regocija cuando le abrimos nuestro corazón. Deja que Su amor te envuelva y sienta la paz de estar en Sus manos.
Imaginemos la escena: una oveja perdida en el campo, atrapada en sus propios miedos y errores. Pero en medio de la oscuridad, ve a lo lejos una figura familiar, el pastor que viene a rescatarla. A lo lejos se oyen sus pasos, y su voz llama con ternura. Él la encuentra, la levanta sobre sus hombros y la lleva de vuelta a casa. Así es el amor de Dios, que siempre nos busca y nos carga sobre Sus hombros para que no volvamos a perdernos.
Hoy, hagamos una revisión personal y preguntémonos: ¿Hay algo en mi vida que me aleja de Dios? Identifiquemos aquellas actitudes, apegos o actividades que nos mantienen distantes de Él. Propongámonos un pequeño cambio concreto en nuestra vida cotidiana, algo que nos acerque a Dios, como dedicar tiempo a la oración, la lectura de la Palabra o el servicio a los demás. Así, estaremos respondiendo al llamado de Jesús a vivir con alegría y esperanza en Su amor.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré, dice el Señor. Mt 11,28
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