“El Evangelio es poder de Dios que transforma la historia”
Lunes
13 de octubre de 2025 – Semana XXVIII del Tiempo Ordinario
Mes del Santo Rosario y de las Misiones
Memoria de San Eduardo el Confesor
Primera lectura: Romanos 1, 1-7
San Pablo abre su carta a los Romanos con una declaración de identidad y misión. Se presenta como “siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios”. Estas palabras no son simples formalidades; son el retrato del alma de un hombre que ha sido transformado por la gracia. Pablo, que antes fue perseguidor, ahora es mensajero. Y lo que anuncia no es una idea, sino una Persona: Jesucristo, descendiente de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos.
En esta introducción se encierra toda la esencia del cristianismo: una buena noticia que tiene el poder de cambiar la historia y los corazones. El Evangelio no es un mensaje estático, sino una fuerza viva, un dinamismo del Espíritu que impulsa hacia la santidad, la comunión y la misión. Por eso, Pablo dice que su tarea es “llevar a todos los pueblos a la obediencia de la fe”.
También tú y yo hemos sido llamados. En el bautismo fuimos consagrados para participar de esa misma misión apostólica: anunciar con la vida que Cristo está vivo y que su amor es más fuerte que el pecado y la muerte.
Salmo 97: “Cantemos al Señor un canto nuevo, porque ha hecho maravillas”
El salmista nos invita hoy a renovar la alegría de la fe. “El Señor ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia.” Cuando Dios actúa en nuestra historia, el corazón no puede permanecer en silencio. Este “canto nuevo” es la alabanza que brota de quien ha experimentado el poder de su amor.
Cantar al Señor no es sólo entonar palabras hermosas: es vivir de manera que nuestra existencia se convierta en un himno de gratitud. En el mes del Rosario y de las Misiones, se nos recuerda que cada rosario rezado y cada gesto de caridad es un canto nuevo ofrecido al Señor por la redención del mundo.
Evangelio según San Lucas 11, 29-32
Jesús reprocha a la gente de su tiempo que busca señales extraordinarias para creer: “Esta generación es una generación perversa; pide un signo, pero no se le dará más que el signo de Jonás.” El signo de Jonás fue su conversión y su predicación que movió a Nínive al arrepentimiento. El signo de Jesús es mucho mayor: su Pascua, su muerte y resurrección.
El Señor invita a todos a mirar el gran signo del amor de Dios manifestado en la cruz y en la tumba vacía. No se trata de buscar milagros espectaculares, sino de reconocer el milagro cotidiano de la gracia: la fe que crece, el corazón que se convierte, la comunidad que ama y sirve.
Jesús añade: “Aquí hay algo más que Jonás; aquí hay algo más que Salomón.” Él es la Sabiduría eterna, la Palabra encarnada, el rostro visible de la misericordia del Padre. Por eso, la verdadera sabiduría no consiste en acumular conocimientos, sino en acoger a Cristo en el corazón y seguirlo con fidelidad.
En una sociedad saturada de información, de promesas vacías y de señales engañosas, el Evangelio nos devuelve al centro: no necesitamos ver más milagros, necesitamos abrir los ojos del alma. El signo que Dios nos ofrece cada día es su presencia viva en medio de nosotros: en la Eucaristía, en su Palabra, en los pobres, en los enfermos, en los misioneros que llevan el Evangelio a los rincones más olvidados del mundo.
Este
lunes, el Señor te dice: “Yo soy tu signo; mírame y confía.”
Nuestra respuesta puede ser la de María: contemplar, creer y actuar. Ella, que
meditaba todo en su corazón, nos enseña a descubrir en lo ordinario los signos
de la gracia. Por eso, el Rosario —rezado con fe y amor— se convierte en una
escuela de contemplación y misión: misterio a misterio, el cristiano aprende
a mirar con los ojos de Dios y a amar con su corazón.
San Eduardo el Confesor: un rey con alma de pobre
Hoy la Iglesia celebra a San Eduardo el Confesor, rey de Inglaterra (1003-1066), hombre justo, prudente y piadoso. Gobernó con mansedumbre, cuidó de los pobres y fue un modelo de gobernante cristiano. Su sobrenombre “el Confesor” recuerda que su vida fue un testimonio público de fe. Promovió la paz en tiempos difíciles y edificó la célebre abadía de Westminster, que aún hoy guarda su sepulcro.
San Eduardo nos recuerda que la santidad no está reservada a los claustros, sino que también puede florecer en los palacios y en los despachos, cuando se gobierna con el corazón puesto en Dios y al servicio del pueblo. Su vida es un signo de que el poder, cuando se vive con humildad, puede ser camino de caridad y santificación.
Pensar, Sentir y Actuar: Cristo es el signo supremo del amor del Padre; no busques fuera lo que sólo puede darte el Evangelio. Deja que el Espíritu Santo renueve tu corazón y te llene de alegría misionera. Y como respuesta concreta al amor recibido, reza hoy un misterio del Rosario por los misioneros y realiza una obra de misericordia: una visita, una llamada o una ayuda silenciosa que lleve consuelo y esperanza.
Oración final
Señor
Jesús, signo vivo del amor del Padre, enséñanos a reconocerte en cada
acontecimiento de nuestra vida.
Haz de nosotros testigos fieles del Evangelio, para que, como San Pablo,
proclamemos tu Nombre con alegría;
como María, guardemos tu Palabra en el corazón;
y como San Eduardo, vivamos la santidad en el servicio.
Amén.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
Vicario parroquial.
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