El mandato de Cristo "Gratis lo recibiste, dadlo gratis" (Mateo 10,8) subraya la gratuidad de la gracia divina y los dones espirituales. Este principio es esencial en la enseñanza de la Iglesia Católica, especialmente en relación con los sacramentos, que son dones de Dios y, por lo tanto, no se pueden comprar ni vender.
El Magisterio de la Iglesia y la Sagrada Escritura reafirman que los sacramentos son actos de la gracia de Dios, accesibles a todos los fieles sin distinción económica. Cualquier contribución financiera solicitada por la Iglesia en relación con las celebraciones litúrgicas debe ser entendida dentro de este contexto: no es un precio por el sacramento, sino una colaboración voluntaria para el sostenimiento de la comunidad y de la obra pastoral de la Iglesia.
El Código de Derecho Canónico establece que la Iglesia puede recibir donaciones, pero también enfatiza que el acceso a los sacramentos no debe ser negado a nadie por razones económicas (c. 848). En este sentido, cualquier estipendio o donación es una expresión de apoyo a la Iglesia y no una condición para recibir un sacramento.
El Código de Derecho Canónico aborda el derecho y el deber de los fieles a sostener la Iglesia en varios cánones. Aquí se destacan algunos relevantes:
1. Canon 222 §1: "Los fieles están obligados a asistir a las necesidades de la Iglesia para que se disponga de lo necesario para el culto divino, las obras de apostolado y de caridad y el honesto sustento de los ministros."
2. Canon 1261 §2: "Los fieles tienen el derecho de dar ofrendas para finalidades específicas que la Iglesia aprueba, a menos que se advierta lo contrario por derecho particular."
3. Canon 1262: "Los fieles ofrezcan espontáneamente su ayuda a la Iglesia mediante donaciones según sus capacidades, conforme a las normas dadas por la Conferencia Episcopal."
Estos cánones reflejan la doctrina de la Iglesia sobre la participación de los fieles en el sostenimiento material de la Iglesia. Es un deber y un derecho de los fieles contribuir, según sus posibilidades, al mantenimiento de la Iglesia y a la realización de su misión pastoral, caritativa y apostólica. Esta obligación es tanto un acto de justicia como una expresión de la comunión y corresponsabilidad en la vida de la Iglesia.
El Código de Derecho Canónico establece claramente que los fieles tienen el derecho y el deber de contribuir al sostenimiento de la Iglesia, no solo como una necesidad práctica, sino también como una manifestación de su compromiso y participación en la misión de la Iglesia.
Estas palabras nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia generosidad y compromiso con nuestra comunidad de fe.
Jesús nos enseñó: "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis" (Mateo 1,8). Esta enseñanza subraya la generosidad infinita de Dios, quien nos ha dado su gracia y sus dones sin costo alguno. Los sacramentos, como signos del amor incondicional de Dios, son regalos que no se pueden comprar. Son la manifestación de la gracia divina que nos sostiene y nos guía.
Sin embargo, para que estos dones lleguen a todos, nuestra Iglesia necesita nuestro apoyo. En el Evangelio, Jesús también nos dice: "El trabajador tiene derecho a su sustento" (Mateo 10,10). Esto significa que aquellos que dedican su vida a servir a la comunidad de fe, nuestros sacerdotes, diáconos y todos los ministros, merecen ser sostenidos en sus necesidades materiales.
Mantener nuestra Iglesia, nuestros lugares de culto y las obras de caridad no es solo una cuestión de recursos; es una expresión de nuestro compromiso y amor por nuestra fe. Contribuir económicamente es una forma concreta de participar en la misión de la Iglesia, permitiendo que la luz de Cristo llegue a más corazones.
Cada uno de nosotros, como bautizados, tiene la responsabilidad de cuidar y apoyar a nuestra comunidad de fe. San Pablo nos recuerda: "Cada uno dé como ha decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría" (2 Corintios 9,7). Nuestra generosidad debe ser voluntaria y alegre, reflejando nuestra gratitud por todo lo que Dios nos ha dado.
Nuestro apoyo a la Iglesia es una forma de sembrar en el campo del Señor. Cuando contribuimos, no solo estamos proporcionando recursos materiales; estamos sembrando semillas de esperanza, fe y caridad. Y como nos promete la ´Palabra de Dios: "El que siembra escasamente, también cosechará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también cosechará" (2 Corintios 9,6).
Sembremos a manos llenas, con alegría y amor. Al hacerlo, cosecharemos a manos llenas las bendiciones de Dios en nuestras vidas y en nuestra comunidad. Al dar generosamente, nos unimos más profundamente en nuestra misión común de llevar la luz de Cristo al mundo.
Cuando ofrecemos nuestro apoyo, no solo estamos ayudando a mantener nuestra Iglesia; estamos participando en la obra de Dios. Cada aportación, grande o pequeña, es un acto de amor que fortalece nuestra comunidad y nos une más estrechamente como familia en Cristo.
Recordemos que nuestra Iglesia es nuestra casa de Encuentro con el Señor para alimentar y fortalecer nuestra fe personal y familiar alimentar nuestra alma y nuestro espíritu. Al contribuir a su sostenimiento, estamos asegurando que siga siendo un lugar de encuentro con Dios, de crecimiento espiritual y de apoyo mutuo para llevar adelante la obra evangelizadora y de misericordia encomendada por el Señor. Que nuestra generosidad sea siempre un reflejo de nuestro amor a Dios y a nuestros hermanos y hermanas en la fe.
Como nos dice el salmista: "Prueben y vean qué bueno es el Señor" (Salmo 34,8). Al abrir nuestro corazón y ser generosos con nuestra Iglesia y con los demás, experimentamos la bondad y la abundancia del Señor de maneras nuevas y maravillosas.
Jesús también nos recuerda: "Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura" (Mateo 6,33). Al poner a Dios en el centro de nuestras vidas y al ser generosos en nuestro apoyo a su Iglesia, confiamos en que Él proveerá todo lo que necesitamos.
Las contribuciones económicas solicitadas para las celebraciones litúrgicas no contradicen el mandato de Cristo cuando se manejan con transparencia y caridad. Deben ser vistas como una manera de participar en la vida y el sostenimiento de la Iglesia, siempre respetando que los sacramentos en sí mismos son invaluables y gratuitos, como la gracia de Dios que representan.
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