¿Por qué el mes de julio está dedicado a la Preciosísima Sangre de Cristo?
“No habéis sido redimidos con cosas perecederas, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin defecto y sin mancha” (1 Pedro 1,18-19).
La Iglesia Católica consagra cada mes del año a un misterio específico de la fe. El mes de julio está dedicado a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, misterio de amor, redención y esperanza. Esta devoción nos invita a contemplar la entrega total de Cristo, quien derramó hasta la última gota de su sangre para reconciliar al mundo con el Padre.
Raíces bíblicas y teológicas
Desde el inicio de la vida cristiana, los apóstoles anunciaron el poder redentor de la Sangre de Cristo. San Pablo enseña que “Cristo, en virtud de su propia sangre, entró de una vez para siempre en el santuario, consiguiendo así una redención eterna” (Heb 9,12).
La Sangre derramada en la cruz no es solo un símbolo, sino la realidad concreta del amor divino llevado al extremo, fuente de vida nueva, perdón y salvación. Cada Eucaristía actualiza sacramentalmente ese sacrificio redentor: “Este es el cáliz de mi Sangre… que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.”
El decreto de 1849: fiesta universal
Aunque la devoción a la Sangre de Cristo se remonta a los primeros siglos, fue oficialmente reconocida y extendida a toda la Iglesia por el Papa Pío IX el 10 de agosto de 1849, a través de un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, como acto de gratitud por la liberación de Roma de las fuerzas revolucionarias.
En dicho decreto se estableció:
“Ut in universa Ecclesia festa
sub ritu duplici secundae classis, solemniter quotannis celebranda sit
festivitas Pretiosissimi Sanguinis Domini nostri Iesu Christi die prima mensis
Iulii.”
(Para que en toda la Iglesia se celebre anualmente con rito doble de segunda
clase la fiesta de la Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo, el
primer día del mes de julio).
Desde entonces, el 1 de julio se celebró como fiesta litúrgica universal.
El decreto Redempti sumus de 1934: elevación a solemnidad
Con motivo del XIX centenario de la Redención (año jubilar 1933-1934), el Papa Pío XI, profundamente convencido de la centralidad del sacrificio de Cristo, promulgó el 10 de junio de 1934 el decreto Redempti sumus por medio de la Sagrada Congregación de Ritos.
Este decreto:
En el texto se lee:
“Redempti sumus pretioso
Christi sanguine... quapropter Beatissimus Pater Pius XI... decernit ut in
posterum universus orbis catholicus Dominicam primam mensis Iulii devote et pie
huic augustissimo Sacramento dicat et celebrandam curet.”
(Hemos sido redimidos por la preciosa Sangre de Cristo… por tanto, el
Santísimo Padre Pío XI decreta que en lo sucesivo todo el orbe católico dedique
y celebre con devoción y piedad el primer domingo de julio a este augustísimo
Sacramento).
Después del Concilio Vaticano II
Tras la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, en 1969, la fiesta fue retirada del calendario litúrgico universal, al integrarse teológicamente en el contexto más amplio del Corpus Christi y del Triduo Pascual, donde se celebra con intensidad el misterio de la Sangre de Cristo.
No obstante, el culto a la Preciosísima Sangre no fue abolido. Se estableció la Misa votiva de la Preciosísima Sangre, que puede celebrarse especialmente durante el mes de julio, como signo de continuidad espiritual. En muchos lugares, comunidades religiosas y parroquias conservan con fervor esta devoción durante todo el mes, tal como lo recomienda el Magisterio y la piedad popular.
¿Por qué julio?
Julio fue el mes elegido por dos razones fundamentales:
Con el paso del tiempo, julio quedó consagrado como el mes de la Preciosísima Sangre, invitándonos a entrar en el misterio del amor que salva y transforma.
¿Cómo vivir esta devoción hoy?
En este Año Jubilar de la Esperanza 2025, la Sangre de Cristo se convierte para nosotros en fuente de consuelo, perdón y renovación espiritual. Proponemos a todos los fieles algunas formas de vivir intensamente este mes:
La Preciosísima Sangre de Cristo es la herencia más grande que el Redentor nos ha dejado. Es la fuente de vida eterna, el precio de nuestra libertad, la medicina del alma herida, el signo indeleble del amor que no pasa. Julio es un mes para dejarnos abrazar por esta Sangre, para renovar nuestra gratitud y para vivir como hijos redimidos.
Que en este mes podamos orar con fe y esperanza:
“Bendita y alabada sea la Sangre de Cristo,
que nos ha redimido con amor eterno.
Que por su poder seamos sanados,
y en su misericordia vivamos para Dios.”
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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