Martes 7 de octubre de 2025 – Semana XXVII del Tiempo Ordinario
Lecturas: Hechos de los Apóstoles 1,12-14; Salmo: Lucas 1,46-55;
Evangelio: Lucas 1,26-38
Memoria: Nuestra Señora del Rosario
Mes del Rosario y de las Misiones
Hoy la Iglesia se viste de alegría para celebrar a Nuestra Señora del Rosario, una advocación profundamente misionera y contemplativa, que nos invita a mirar el corazón de María como la primera discípula y misionera del Evangelio. Su “sí” al anuncio del ángel no fue un acto aislado, sino el comienzo de una historia de fe que cambió para siempre la humanidad.
En el Evangelio según san Lucas (1,26-38), el ángel Gabriel irrumpe en la vida sencilla de una joven de Nazaret para pronunciar las palabras más esperanzadoras que un ser humano haya escuchado: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” En ese saludo se encierra todo el misterio de la Encarnación: Dios viene a habitar entre nosotros no desde el poder, sino desde la humildad; no desde la distancia, sino desde el corazón de una mujer.
María, sorprendida pero dócil, acoge el anuncio y responde con esa frase que ilumina toda vocación cristiana: “Hágase en mí según tu palabra.” Ese “fiat” es la llave de la salvación, la respuesta que abre el cielo a la tierra. Los Padres de la Iglesia dirán que, así como Eva con su “no” cerró el paraíso, María con su “sí” lo reabrió para toda la humanidad. San Ireneo lo expresa bellamente: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María.”
En la primera lectura, los Hechos de los Apóstoles (1,12-14) nos muestran a María en el corazón de la comunidad apostólica. No es una figura distante, sino una madre que acompaña, ora y anima a los discípulos mientras esperan al Espíritu Santo. Así la Iglesia aprende de Ella a perseverar en la oración, unida, confiada, abierta al soplo del Espíritu. En esa imagen se gesta la primera comunidad misionera: María y los Apóstoles, el Rosario y la misión, la contemplación y la acción.
El Rosario, que hoy veneramos con particular devoción, es una escuela de fe y misión. San Juan Pablo II lo llamaba “el compendio del Evangelio”, porque al rezarlo contemplamos con María los misterios de Cristo: su Encarnación, su Pasión, su Resurrección y su Gloria. No es una oración repetitiva, sino un camino de meditación activa, donde cada Avemaría es un paso hacia Jesús. En el silencio del Rosario aprendemos el ritmo del amor de Dios.
En este Mes de las Misiones, el Rosario se convierte también en un instrumento de evangelización. Muchos santos misioneros lo llevaron consigo como su tesoro más preciado. San Francisco Javier lo rezaba en las costas de la India, Santo Domingo de Guzmán lo predicaba con fuego en su corazón, y el Beato Bartolo Longo lo convirtió en un camino de conversión para quienes se habían alejado de la fe.
El Papa Francisco nos recuerda que “la misión no es proselitismo, sino testimonio de amor.” Y ese amor se aprende, precisamente, en la escuela del Rosario, donde María nos enseña a mirar a Cristo con los ojos del corazón. Cada misterio nos invita a salir de nosotros mismos, a dejarnos tocar por la ternura de Dios y a anunciar con obras lo que contemplamos en la oración.
El Magníficat del salmo de hoy —“El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas”— nos revela el secreto de la alegría cristiana: reconocer que todo bien procede de Dios. María no se gloría en sí misma, sino en la obra que el Señor realiza en su pequeñez. Así también nosotros estamos llamados a ser testigos de las grandes cosas que Dios puede hacer cuando nos abrimos a su gracia.
Un pensamiento para la vida
El Rosario es el hilo que une nuestra historia con la de Cristo; rezarlo con fe es dejar que Dios entre en los rincones de nuestra vida y los llene de paz.
Un sentimiento para el corazón
Gratitud y confianza en la Madre de Dios, que con su ternura maternal nos acompaña en cada batalla interior y en cada misión que emprendemos.
Un compromiso para la semana
Rezar cada día una decena del Santo Rosario por las misiones, pidiendo por los misioneros, por los que anuncian el Evangelio en tierras difíciles y por quienes aún no conocen el amor de Cristo.
Oración
final:
Virgen Santísima del Rosario,
Tú que meditaste los misterios de tu Hijo en el silencio y la fe,
enséñanos a mirar el mundo con tus ojos y a responder siempre con tu “hágase”.
Haznos misioneros de la alegría, sembradores de paz y testigos de la esperanza.
Amén.
Con María, contemplamos el rostro de Cristo y caminamos en la misión del amor.
Pbro. Alfredo Uzcátegui
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