28
AGO
2025

Los Sacramentos de Curación: La Penitencia y la Reconciliación



Los Sacramentos de Curación: La Penitencia y la Reconciliación

En la vida cristiana, el Señor no nos abandona nunca, ni siquiera cuando caemos en el pecado. Jesús, Médico divino, nos dejó dos sacramentos llamados de curación: la Penitencia y la Unción de los Enfermos. Hoy queremos detenernos en el Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación, fuente de gracia, de sanación interior y de verdadera paz.

San Agustín decía: “El que se confiesa y se arrepiente, ya coopera con Dios. Dios condena tus pecados; si tú también los condenas, te unes a Dios” (Sermón 351). La confesión no es un peso, sino un abrazo de misericordia.

Fundamento bíblico y eclesial

Jesucristo, después de su Resurrección, confió a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23).

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) enseña:

  • “Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia” (CIC 1422).
  • “El sacramento de la Penitencia ofrece al pecador un nuevo futuro. Se convierte en un camino de conversión y de reencuentro con la gracia” (CIC 1468).

San Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Reconciliatio et Paenitentia (1984), insistía en que la confesión sacramental es el lugar donde el cristiano experimenta de manera personal el perdón de Cristo, que libera y renueva.

Una medicina para el alma

En un tiempo marcado por heridas emocionales y espirituales, el sacramento de la Reconciliación aparece como una medicina divina que sana el corazón. No es casualidad que el Catecismo hable de este sacramento como “un verdadero juicio de misericordia” (CIC 1449), donde el juez es también Padre amoroso.

Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia, anotó en su Diario: “Cuanto más grande es el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a mi misericordia” (n. 723). Dios no se cansa nunca de perdonarnos.

 

Aplicación para la vida hoy

En un mundo que relativiza el pecado, la Iglesia recuerda que el mal existe y hiere profundamente. Pero Cristo es más fuerte. Confesarse con humildad es un acto contracultural que proclama: “Necesito a Dios, no me basto a mí mismo”.

El sacramento de la Reconciliación:

  • Libera del peso de la culpa.
  • Fortalece contra futuras caídas.
  • Restaura la amistad con Dios y con la Iglesia.
  • Reaviva la esperanza y la alegría cristiana.

San Pío de Pietrelcina, gran confesor, decía: “El alma que confiesa humildemente sus pecados queda más pura que la nieve”.

Pasos para una buena confesión

La tradición de la Iglesia nos enseña un camino concreto para vivir fructuosamente este sacramento:

  1. Examen de conciencia: Revisar la vida a la luz de la Palabra de Dios y de los mandamientos.
  2. Dolor de los pecados: Arrepentirse sinceramente, no por miedo al castigo, sino por haber ofendido al Amor de Dios.
  3. Propósito de enmienda: Decidir firmemente no volver a pecar y cambiar de vida.
  4. Confesión de los pecados al sacerdote: Decir con humildad los pecados, sin ocultar nada, con sencillez.
  5. Cumplir la penitencia: Realizar la reparación que el confesor indique como signo de conversión.

 

Querido hermano, querida hermana: no dejes pasar más tiempo. El Señor te espera en el confesionario como el Padre de la parábola que corre a abrazar al hijo pródigo (cf. Lc 15,11-32). Atrévete a experimentar la alegría del perdón.

Como decía el Papa Francisco: “El perdón de Dios es más fuerte que cualquier pecado. Solo basta una cosa: pedir perdón” (Homilía, 2013).

Bibliografía

  • Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1422-1498.
  • Juan Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia (1984).
  • Francisco, Misericordiae Vultus (2015).
  • San Agustín, Sermones.
  • Diario de Santa Faustina Kowalska.
  • San Pío de Pietrelcina, Cartas.


Pbro. Alfredo Uzcátegui.


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