Los Sacramentos de Curación: La Penitencia y la Reconciliación
En la vida cristiana, el Señor no nos abandona nunca, ni siquiera cuando caemos en el pecado. Jesús, Médico divino, nos dejó dos sacramentos llamados de curación: la Penitencia y la Unción de los Enfermos. Hoy queremos detenernos en el Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación, fuente de gracia, de sanación interior y de verdadera paz.
San Agustín decía: “El que se confiesa y se arrepiente, ya coopera con Dios. Dios condena tus pecados; si tú también los condenas, te unes a Dios” (Sermón 351). La confesión no es un peso, sino un abrazo de misericordia.
Fundamento bíblico y eclesial
Jesucristo, después de su Resurrección, confió a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23).
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) enseña:
San Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Reconciliatio et Paenitentia (1984), insistía en que la confesión sacramental es el lugar donde el cristiano experimenta de manera personal el perdón de Cristo, que libera y renueva.
Una medicina para el alma
En un tiempo marcado por heridas emocionales y espirituales, el sacramento de la Reconciliación aparece como una medicina divina que sana el corazón. No es casualidad que el Catecismo hable de este sacramento como “un verdadero juicio de misericordia” (CIC 1449), donde el juez es también Padre amoroso.
Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia, anotó en su Diario: “Cuanto más grande es el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a mi misericordia” (n. 723). Dios no se cansa nunca de perdonarnos.
Aplicación para la vida hoy
En un mundo que relativiza el pecado, la Iglesia recuerda que el mal existe y hiere profundamente. Pero Cristo es más fuerte. Confesarse con humildad es un acto contracultural que proclama: “Necesito a Dios, no me basto a mí mismo”.
El sacramento de la Reconciliación:
San Pío de Pietrelcina, gran confesor, decía: “El alma que confiesa humildemente sus pecados queda más pura que la nieve”.
Pasos para una buena confesión
La tradición de la Iglesia nos enseña un camino concreto para vivir fructuosamente este sacramento:
Querido hermano, querida hermana: no dejes pasar más tiempo. El Señor te espera en el confesionario como el Padre de la parábola que corre a abrazar al hijo pródigo (cf. Lc 15,11-32). Atrévete a experimentar la alegría del perdón.
Como decía el Papa Francisco: “El perdón de Dios es más fuerte que cualquier pecado. Solo basta una cosa: pedir perdón” (Homilía, 2013).
Bibliografía
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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