OFICIO DE LECTURA
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Pueblo del Señor, rebaño que el guía, bendice a tu Dios. Aleluya.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: QUE DOBLEN LAS CAMPANAS JUBILOSAS
Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.
Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.
Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.
Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.
SALMODIA
Ant 1. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?
Salmo 23 - ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO.
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
El la fundó sobre los mares,
El la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?
Ant 2. Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, porque él nos ha devuelto la vida. Aleluya.
Salmo 65 I - HIMNO PARA UN SACRIFICO DE ACCIÓN DE GRACIAS
Aclama al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué terribles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos se rinden!»
Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
¡Oh Dios!, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:
sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, porque él nos ha devuelto la vida. Aleluya.
Ant 3. Fieles de Dios, venid a escuchar lo que el Señor ha hecho conmigo. Aleluya.
Salmo 65 II
Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.
Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras.
Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.
Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Fieles de Dios, venid a escuchar lo que el Señor ha hecho conmigo. Aleluya.
V. La palabra de Dios es viva y eficaz.
R. Más penetrante que espada de doble filo.
PRIMERA LECTURA
De la segunda carta a los Corintios 7, 2-16
EL ARREPENTIMIENTO DE LOS CORINTIOS CAUSÓ GRAN CONSUELO AL APÓSTOL
Hermanos: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón. A nadie hemos agraviado, a nadie hemos perjudicado, de nadie nos hemos aprovechado. No lo digo para haceros ningún reproche. Ya antes os dije que os llevamos dentro de nuestro mismo corazón, unidos en vida y en muerte. Os hablo con toda franqueza: tengo grandes motivos para gloriarme de vosotros. Lleno estoy de consuelo, rebosante de gozo por encima de todas nuestras tribulaciones.
En efecto, cuando llegamos a Macedonia, no tuvimos un momento de tranquilidad, sino que todo fueron penalidades: conflictos por fuera, temores por dentro. Pero el Dios que consuela a los afligidos nos consoló con la llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino también por el consuelo que vosotros le habíais proporcionado; él mismo nos refirió los grandes deseos que teníais de verme, vuestro disgusto por lo que había pasado y vuestro amor por mí, todo lo cual acrecentó mi gozo.
Porque si os disgusté con aquella carta, no me pesa; y si antes me pesó -al ver que aquella carta os entristeció, aunque fuera por un momento-, ahora me alegro. Y me alegro no por el disgusto que tuvisteis, sino por el arrepentimiento que os trajo. Os afligisteis tal como agrada a Dios, de modo que no recibisteis daño alguno de nuestra parte. La aflicción según Dios produce, en efecto, un arrepentimiento firme y saludable; en cambio, la aflicción según el mundo produce la muerte.
Eso mismo de afligiros según agrada a Dios, ved qué gran interés ha suscitado entre vosotros. Y no sólo esto; también ha suscitado vuestras disculpas, vuestra indignación por lo sucedido, vuestro temor, vuestro afecto hacia mí, vuestro celo, vuestro castigo al culpable. En todo habéis demostrado ser inocentes en este asunto. Así que, si yo os escribí, no fue a causa del que injurió ni del que recibió la injuria, sino para que se viese entre vosotros el interés que nos mostráis delante de Dios. Esto nos ha llenado de consuelo.
Y, además de esto, recibimos otro consuelo mayor con el gozo de Tito, que ha quedado encantado de vosotros. Si ante él me he jactado en algo acerca de vosotros, no he quedado avergonzado. Todo lo contrario: así como en todas las cosas os hemos dicho siempre la verdad, así también nuestro orgullo por vosotros resultó verdadero ante Tito. Su afecto por vosotros es ahora mucho mayor, cuando se acuerda de vuestra sumisión y de la religiosa solicitud con que lo recibisteis. Me alegro de poder confiar totalmente en vosotros.
RESPONSORIO 2Co 7, 10. cf. 9
R. La aflicción según Dios produce un arrepentimiento firme para la salvación; * pero la aflicción según el mundo produce la muerte.
V. Nuestras aflicciones son según Dios, de modo que no recibimos daño alguno.
R. Pero la aflicción según el mundo produce la muerte.
SEGUNDA LECTURA
Comienza el Tratado de san Ambrosio, obispo, Sobre los misterios
(Núms. 1-7: SC 25 bis, 156-158)
CATEQUESIS SOBRE LOS RITOS QUE PRECEDEN AL BAUTISMO
Hasta ahora os hemos venido hablando cada día acerca de cuál ha de ser vuestra conducta. Os hemos ido leyendo los hechos de los patriarcas o los consejos del libro de los Proverbios a fin de que, instruidos y formados por estas enseñanzas, os fuerais acostumbrando a recorrer el mismo camino que nuestros antepasados y a obedecer los oráculos divinos, con lo cual, renovados por el bautismo, os comportéis como exige vuestra condición de bautizados. Mas ahora es tiempo ya de hablar de los sagrados misterios y de explicaros el significado de los sacramentos, cosa que, si hubiésemos hecho antes del bautismo, hubiese sido una violación de la disciplina del arcano más que una instrucción. Además de que, por el hecho de cogeros desprevenidos, la luz de los divinos misterios se introdujo en vosotros con más fuerza que si hubiese precedido una explicación.
Abrid, pues, vuestros oídos y percibid el buen olor de vida eterna que exhalan en vosotros los sacramentos. Esto es lo que significábamos cuando, al celebrar el rito de la apertura, decíamos: «Effatá», que quiere decir: «Ábrete», para que, al llegar el momento del bautismo, entendierais lo que se os preguntaba y la obligación de recordar lo que habíais respondido. Este mismo rito empleó Cristo, como leemos en el Evangelio, al curar al sordomudo.
Después de esto se te abrieron las puertas del santo de los santos, entraste en el lugar destinado a la regeneración. Recuerda lo que se te preguntó, ten presente lo que respondiste. Renunciaste al diablo y a sus obras, al mundo y a sus placeres pecaminosos. Tus palabras están conservadas, no en un túmulo de muertos, sino en el libro de los vivos.
Viste allí a los diáconos, los presbíteros, el obispo. No pienses sólo en lo visible de estas personas, sino en la gracia de su ministerio. En ellos hablaste a los ángeles, tal como está escrito: De la boca del sacerdote se espera instrucción, en sus labios se busca enseñanza, porque es un ángel del Señor de los ejércitos. No hay lugar a engaño ni retractación; es un ángel quien anuncia el reino de Cristo, la vida eterna. Lo que has de estimar en él no es su apariencia visible, sino su ministerio. Considera qué es lo que te ha dado, úsalo adecuadamente y reconoce su valor.
Al entrar, pues, para mirar de cara al enemigo y renunciar a él con tu boca, te volviste luego hacia el oriente, pues quien renuncia al diablo debe volverse a Cristo y mirarlo de frente.
RESPONSORIO Tt 3, 3. 5; Ef 2, 3
R. También nosotros fuimos en un tiempo insensatos, rebeldes a Dios, descarriados, sumergidos en maldad y envidia, aborrecibles a Dios y odiándonos unos a otros. * Pero, por su misericordia, Dios nos salvó mediante el baño bautismal de regeneración y renovación que obra el Espíritu Santo.
V. En otro tiempo vivíamos todos nosotros siguiendo las apetencias de nuestra carne, y estábamos, por naturaleza, destinados a la cólera.
R. Pero, por su misericordia, Dios nos salvó mediante el baño bautismal de regeneración y renovación que obra el Espíritu Santo.
Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dirige, Señor, la marcha del mundo, según tu voluntad, por los caminos de la paz, y que tu Iglesia se regocije con la alegría de tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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