Jueves
9 de octubre de 2025 – Semana XXVII del Tiempo Ordinario
Santos Dionisio, obispo, y compañeros mártires
Mes del Santo Rosario y de las Misiones
“La oración perseverante abre el corazón de Dios”
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
La liturgia de hoy nos invita a mirar con esperanza el valor de la fidelidad a Dios en medio de un mundo que con frecuencia parece premiar lo contrario. El profeta Malaquías levanta la voz contra la tibieza espiritual y el escepticismo de su tiempo: muchos decían que no valía la pena servir a Dios, porque los malvados prosperaban y los justos sufrían. Pero el Señor responde con ternura y firmeza: “Yo tengo un libro donde están escritos los nombres de los que me temen y honran mi nombre… para ellos amanecerá el sol de justicia, que lleva la salud en sus alas” (Ml 3,16-20).
Esta imagen del “sol de justicia” es una de las más bellas de toda la Escritura. Es Cristo mismo, que ilumina a los que caminan en la oscuridad del dolor, la injusticia o la duda. El profeta anuncia un futuro donde la fidelidad no será olvidada y donde los corazones rectos verán el amanecer de Dios. Este mensaje nos da esperanza: aunque hoy no veamos recompensas inmediatas, el amor sincero, la fe y la oración constante tienen su fruto en el tiempo de Dios.
El salmo 1 continúa esta línea de pensamiento: “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos… sino que su gozo es la ley del Señor”. La verdadera felicidad no depende de la abundancia material ni de la fama, sino de vivir arraigados en la Palabra, como árboles junto a corrientes de agua que nunca se secan. El justo florece, no porque la vida sea fácil, sino porque ha puesto su confianza en el Señor.
En el Evangelio de san Lucas (11,5-13), Jesús nos enseña una parábola sencilla pero profundamente transformadora: la del amigo que, aun a medianoche, insiste en pedir pan hasta que el otro se levanta para dárselo. Y concluye con palabras que deberían grabarse en nuestro corazón: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. La perseverancia en la oración no es obstinación; es expresión de confianza. No rezamos para convencer a Dios, sino para disponernos a recibir lo que Él, en su amor, ya quiere darnos.
Santa Teresa de Jesús —a quien recordaremos en pocos días— decía: “La oración es trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.” Esta enseñanza refleja la esencia del Evangelio de hoy: Dios es Padre, y todo aquel que llama con fe recibe. Jesús mismo nos asegura que si un padre humano da cosas buenas a sus hijos, “cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan”.
En este Mes del Rosario y de las Misiones, la Iglesia nos recuerda que la oración es el alma de toda misión. María, mujer orante, perseveró junto a los apóstoles esperando el Espíritu Santo. Su ejemplo nos enseña que el misionero no actúa desde su fuerza, sino desde la gracia. Un cristiano que reza con el corazón abierto se convierte, sin darse cuenta, en luz para los demás.
Los santos que hoy celebramos —Dionisio y sus compañeros mártires— fueron testigos de esa fe perseverante que no se apaga ante la prueba. En medio de persecuciones, conservaron la certeza de que nada puede separar al creyente del amor de Dios. Ellos nos recuerdan que la oración no es una huida, sino una fuerza que sostiene el compromiso y el testimonio.
El Papa León XIV, en su mensaje misionero, ha recordado recientemente que “una Iglesia en salida es una Iglesia que ora, porque quien ora se deja transformar por el amor de Dios y se convierte en esperanza para los demás”.
Para nuestro caminar cristiano: La oración perseverante no cambia a Dios, nos cambia a nosotros; nos hace más pacientes, confiados y generosos. Que nuestro corazón se llene de gratitud y serenidad ante el Padre que siempre escucha, incluso cuando parece guardar silencio. Esta semana propongámonos rezar cada día un misterio del Santo Rosario, ofreciendo nuestras oraciones por las misiones y por quienes buscan sentido en su vida, sin cansarnos de llamar con fe al corazón de Dios.
“Pedid
y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.” (Lc 11,9)
El Señor nunca se cansa de escucharte.
Confía, persevera y deja que su amor haga amanecer tu vida.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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