31
JUL
2025

“La morada de Dios entre nosotros: una esperanza que guía, purifica y envía”



“La morada de Dios entre nosotros: una esperanza que guía, purifica y envía”
Semana XVII del Tiempo Ordinario – jueves 31 de julio de 2025
Fiesta de San Ignacio de Loyola – Mes de la Preciosa Sangre de Cristo
Jubileo de los Jóvenes en Roma

“Qué agradable, Señor, es tu morada” (Sal 83,2). Esta exclamación del salmista se convierte hoy en el hilo conductor de nuestra meditación, invitándonos a redescubrir el deseo profundo del corazón humano: estar con Dios, vivir en su presencia y dejarnos guiar por Él. En esta jornada especial —en la que conmemoramos la memoria de San Ignacio de Loyola y seguimos con alegría el Jubileo de los Jóvenes en Roma— la Palabra de Dios nos habla de moradas, redes, sangre derramada y presencia viva.

1. Una nube que guía y protege: Dios habita con su pueblo (Éxodo 40,16-21.34-38)

El libro del Éxodo nos presenta el momento culminante de la travesía del pueblo de Israel: la construcción del santuario y la manifestación de la gloria del Señor que lo llena. Moisés, obediente a la Palabra, edifica la morada de Dios, y una nube la cubre como signo de la presencia divina. Esta nube no solo cubre, sino que guía al pueblo en el camino. Si la nube se eleva, avanzan; si permanece, se detienen.

Este símbolo habla de un Dios que no es lejano, sino cercano. Un Dios que se hace compañero de camino, que se adapta a nuestros ritmos, que ilumina nuestras noches y refresca nuestros días. Hoy también, en medio de las incertidumbres de la historia, la Iglesia es esa tienda de encuentro donde el Señor habita y desde donde sigue conduciendo a su pueblo. Su gloria ya no está confinada a una nube, sino que resplandece en el Cuerpo eucarístico, en la Sangre redentora de Cristo, en la comunidad reunida en su Nombre.

2. La red del Reino: apertura, juicio y discernimiento (Mateo 13,47-53)

Jesús, en su pedagogía divina, utiliza imágenes sencillas para hablar del misterio del Reino. Hoy nos presenta la parábola de la red que recoge toda clase de peces. No es una red selectiva, sino inclusiva. Sin embargo, al final, habrá discernimiento: los buenos serán recogidos, los malos desechados.

Este Evangelio es una llamada a la esperanza y al compromiso. Dios da tiempo, oportunidades, llama a todos. Pero también nos recuerda que hay un juicio, un momento en el que seremos evaluados no por nuestras apariencias, sino por la verdad de nuestras vidas. La Sangre de Cristo —que celebramos de manera especial en este mes de julio— no es un barniz superficial, sino una transformación interior que purifica, redime y nos configura con Él. Quien acoge esa Sangre, quien deja que su corazón sea lavado por el amor de Cristo, será hallado digno de permanecer en la red del Reino.

3. San Ignacio de Loyola: de la vanidad a la gloria de Dios

En la figura de San Ignacio vemos hecha carne esta transformación radical. Soldado herido, soñador de glorias mundanas, pero alcanzado por la gracia mientras leía la vida de los santos. A través del discernimiento, del silencio, de la oración, descubrió que el verdadero combate es interior, y que la victoria más grande es entregar la vida “para mayor gloria de Dios”.

San Ignacio nos enseña que es posible cambiar de rumbo, reorientar la vida, hacer de nuestro corazón una morada para Dios. Nos recuerda que no hay heridas inútiles si se ofrecen al Señor, y que el alma humana, cuando se deja tocar por Cristo, puede llegar a grandes alturas de santidad.

4. El Jubileo de los Jóvenes: una Iglesia en salida, guiada por la presencia de Dios

Desde Roma, miles de jóvenes se congregan esta semana para vivir el Jubileo bajo el lema de la esperanza. Son como el pueblo de Israel bajo la nube, como los peces reunidos en la red del Reino. Jóvenes sedientos de verdad, de sentido, de luz en medio de las sombras del mundo digital, de las guerras, de las falsas promesas.

La Iglesia los acoge y los acompaña. Les propone no una evasión, sino un compromiso. Les ofrece no solo reglas, sino una relación con Cristo vivo. En este tiempo, los jóvenes son llamados a levantar tiendas de esperanza en medio del desierto de la indiferencia. Son llamados a dejarse transformar por la Sangre del Cordero, para convertirse en testigos creíbles del Evangelio.

Un pensamiento:

La morada de Dios ya no es un lugar físico, sino el corazón del creyente que se deja guiar, purificar y enviar por Cristo. Nuestra vida está llamada a ser tienda de encuentro y red de esperanza para los demás.

Un sentimiento:

Gratitud. Porque Dios no se aleja, sino que habita con nosotros. Porque nos guía con su nube, nos salva con su Sangre, y nos transforma como a San Ignacio, para su mayor gloria.

Una acción:

Haz de tu hogar una morada para Dios: dedica un espacio diario a la oración, a la escucha de su Palabra, a la adoración de su presencia. Sé parte de la red del Reino: únete a un servicio parroquial, participa en la comunidad y lleva la esperanza de Cristo a otros.

Hoy más que nunca, necesitamos redescubrir la belleza de vivir bajo la nube de la presencia de Dios. No estamos solos. Cristo camina con nosotros. Su Sangre nos redime. Su Palabra nos guía. Su Espíritu nos envía. Que como San Ignacio y como los jóvenes del Jubileo, también nosotros podamos decir:
“En todo amar y servir… para mayor gloria de Dios.”

 

Pbro. Alfredo Uzcátegui.


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