En la liturgia de hoy, la Palabra de Dios nos invita a meditar profundamente sobre el poder, la gloria, y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a través de la enseñanza de San Pablo a los Efesios, el Salmo 8, y el Evangelio de San Lucas. Veamos cómo estos textos, llenos de sabiduría, nos revelan el misterio del plan de Dios y nos llaman a ser testigos valientes del Evangelio.
1. Efesios 1, 15-23: Un llamado a conocer a Cristo en su plenitud
En esta carta, escrita entre los años 60-62 d.C., durante el primer encarcelamiento de San Pablo en Roma, el Apóstol expresa su fervorosa oración por la comunidad cristiana de Éfeso. Esta carta, que no se dirige solo a un grupo específico, sino que es una enseñanza para toda la Iglesia, tiene como objetivo fortalecer la fe de los creyentes y profundizar en su conocimiento del misterio de Cristo.
San Pablo comienza el pasaje agradeciendo a Dios por la fe y el amor que han mostrado los cristianos de Éfeso. Pero su oración va más allá de solo agradecer; pide que Dios les conceda "un espíritu de sabiduría y revelación" para que puedan conocer más plenamente a Jesucristo. Esta oración es clave, porque Pablo no solo busca que los cristianos sepan sobre Cristo, sino que lo conozcan profundamente en sus corazones.
La enseñanza central aquí radica en el poder supremo de Cristo: Dios lo ha resucitado y lo ha sentado a su derecha en el cielo, "por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío". Jesús no es solo un líder o maestro; Él es el Rey de reyes, el Señor de todo lo creado, y ha sido puesto como "cabeza de la Iglesia", que es su cuerpo.
Este pasaje nos recuerda la majestad y soberanía de Cristo sobre todas las cosas. Y como miembros de su Cuerpo, somos llamados a vivir nuestra vida terrena en total dependencia de Él, conscientes de que participamos de esa misma plenitud con la cual Dios ha llenado a Cristo.
2. Salmo 8: ¡Qué admirable, Señor, es tu poder!
El Salmo 8 es una exaltación de la grandeza de Dios y de su obra creadora. El salmista, inspirado por la maravilla de la creación, exclama: "¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Sal 8,2). Este salmo invita a contemplar la obra de Dios con asombro y gratitud. Es una expresión de la pequeñez del ser humano ante la inmensidad del universo, y al mismo tiempo de la grande dignidad que Dios ha otorgado al hombre al darle dominio sobre la creación.
Este canto refleja la enseñanza fundamental de la Iglesia sobre la dignidad del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, el hombre es la única criatura en la tierra que Dios ha querido por sí misma (CIC 356), y a pesar de la fragilidad humana, Dios nos ha otorgado una grandeza inmensa: hemos sido llamados a ser sus colaboradores en la creación.
3. Evangelio de Lucas 12, 8-12: La promesa del Espíritu Santo
En el pasaje del Evangelio según San Lucas, Jesús nos enseña la importancia de confesarlo ante los hombres. Nos asegura que, aquellos que lo reconocen públicamente en esta vida, serán reconocidos por Él ante los ángeles de Dios. Este es un llamado a la valentía en la fe. La vida cristiana no es solo una vivencia interior, sino un testimonio público de nuestro compromiso con Cristo.
Jesús también nos advierte del peligro de rechazar la gracia del Espíritu Santo, ya que es el Espíritu quien nos guía a la verdad. Esta enseñanza es relevante en nuestra vida cotidiana, ya que muchas veces el temor al juicio de los demás nos puede llevar a silenciar nuestra fe. Sin embargo, Jesús nos promete que, cuando llegue el momento de dar testimonio, el Espíritu Santo nos inspirará lo que debemos decir.
Este pasaje es una exhortación a la confianza plena en la providencia de Dios. No estamos solos en nuestra misión; el Espíritu Santo está siempre con nosotros, fortaleciéndonos y guiándonos para ser testigos valientes del Evangelio, incluso en los momentos más difíciles.
A la luz del Magisterio de la Iglesia, estos textos nos invitan a redescubrir la centralidad de Jesucristo en nuestra vida. Como enseña el Concilio Vaticano II en *Lumen Gentium*, Cristo es "la plenitud de la revelación", y la Iglesia es su Cuerpo, llamada a ser luz en el mundo. El Catecismo también subraya la misión del Espíritu Santo, que nos lleva a la verdad completa y nos sostiene en nuestro camino de fe (CIC 243).
El Papa Francisco, en sus diversas enseñanzas, nos ha recordado la importancia de ser "discípulos misioneros", es decir, cristianos que no solo viven su fe de manera personal, sino que la comparten con valentía y alegría, confiando siempre en la acción del Espíritu Santo en sus vidas.
"Que el conocimiento del poder y la gloria de Cristo resucitado nos impulse a vivir nuestra fe con valentía, reconociéndolo siempre como nuestro Salvador y Rey ante el mundo."
Sentir la seguridad de que no estamos solos en nuestra misión de testigos del Evangelio; el Espíritu Santo está con nosotros, guiándonos y dándonos la fuerza necesaria para confesar a Cristo con nuestras palabras y acciones.
Hoy, te invito a ser un testigo valiente de Cristo. En alguna conversación o situación en la que te sientas tentado a esconder tu fe, recuerda las palabras de Jesús: "El que me confiese ante los hombres, yo también lo confesaré ante los ángeles de Dios" (Lc 12, 8). Confía en que el Espíritu Santo te dará las palabras correctas y el coraje para hablar con caridad y verdad.
Que esta Palabra de Dios ilumine nuestro caminar diario y que, como San Pablo, podamos orar para que nuestro corazón se llene de sabiduría y revelación, reconociendo a Cristo en su plenitud y viviendo siempre en la alegría de ser parte de su Cuerpo, la Iglesia. Amén.
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