Viernes XXVI del Tiempo Ordinario: La llamada a la conversión y la esperanza en la misericordia de Dios
3 de octubre de 2025
Hoy la Palabra de Dios nos coloca ante una verdad profunda y a la vez liberadora: el Señor no se cansa de invitarnos a la conversión, porque su misericordia es más grande que nuestros pecados.
Primera lectura: Baruc 1,15-22
El
profeta Baruc, en nombre del pueblo de Israel, eleva una confesión sincera: “Al
Señor, nuestro Dios, la justicia; a nosotros, la vergüenza en el rostro”. Es un
reconocimiento humilde de la infidelidad del pueblo frente a la fidelidad de
Dios. Esta actitud nos enseña que el primer paso hacia la salvación es la
humildad: reconocer que necesitamos la gracia de Dios.
No se trata de quedarnos en la culpa, sino de abrirnos a la misericordia. Como
dice san Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Él
nos ofrece la salvación, pero espera nuestra respuesta libre.
Salmo 78: “Sálvanos, Señor, y perdona nuestros pecados”
El
salmista clama desde el dolor: pide perdón, implora la salvación y se abre a la
misericordia divina. Este salmo se convierte en oración de toda la Iglesia, que
no cesa de interceder por el mundo, sobre todo en tiempos de confusión,
violencia e indiferencia hacia Dios.
Repetir hoy esta súplica es también renovar nuestra confianza: Dios siempre
escucha el grito del pobre y del pecador arrepentido.
Evangelio según san Lucas 10,13-16
Jesús
dirige unas palabras fuertes a las ciudades que no se convirtieron a pesar de
haber visto sus signos. “¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!”. No son
amenazas, sino lamentos de un corazón herido que ama. Cristo llora porque el
ser humano cierra los ojos ante la verdad.
Pero también nos deja una enseñanza clara: escuchar al discípulo es escuchar a
Cristo mismo, y rechazar al enviado es rechazar al Padre que lo envió. Aquí se
nos recuerda la seriedad de la misión de la Iglesia: somos portadores de la
Palabra viva, y nuestra respuesta no es indiferente, tiene consecuencias eternas.
San Francisco de Borja, presbítero
Hoy celebramos a San Francisco de Borja, noble español que, tras vivir en medio de honores y riquezas, comprendió que la verdadera grandeza está en seguir a Cristo. Su célebre frase al contemplar el cadáver de la emperatriz Isabel de Portugal —“Nunca más servir a señor que se me pueda morir”— lo llevó a una conversión radical, abandonando sus privilegios para ser jesuita y misionero. En él encontramos un testimonio actual: no vale el poder, ni la fama, ni las riquezas; sólo Cristo permanece.
Octubre: Mes del Rosario y de las Misiones
Estamos
en el mes del Santo Rosario, oración sencilla y profunda que nos lleva de la
mano de María a contemplar los misterios de la vida de Cristo. Y también en el
mes de las Misiones, recordando que cada bautizado es un misionero enviado a
llevar la esperanza del Evangelio.
En tiempos de indiferencia y rechazo, como los que refleja el Evangelio de hoy,
el Rosario es arma de luz y misión de esperanza.
Un mensaje de esperanza
Aunque
la lectura de Baruc nos hable de pecado, el salmo de súplica y el Evangelio de
la dureza del corazón humano, el mensaje final es de esperanza: Dios no se
cansa de llamarnos, de perdonarnos y de enviarnos.
Los Padres de la Iglesia insisten en que donde abunda el pecado, sobreabunda la
gracia. San Ireneo decía: “La gloria de Dios es el hombre vivo”. Y vivo
significa reconciliado, perdonado, renovado en Cristo.
Para nuestro caminar cristiano recordemos que la conversión no es un peso, sino una oportunidad para comenzar de nuevo con Dios; vivamos con alegría y confianza en su misericordia, que siempre nos espera con los brazos abiertos, y como compromiso para la semana recemos cada día el Santo Rosario ofreciendo una intención misionera y pidiendo la gracia de escuchar y acoger la voz de Cristo en su Iglesia.
Que la intercesión de San Francisco de Borja y la Virgen del Rosario nos ayuden a responder con fe, esperanza y caridad a la llamada del Señor.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
Página web desarrollada con el sistema de Ecclesiared