23
AGO
2025

La humildad que abre la puerta a la bendición de Dios



La humildad que abre la puerta a la bendición de Dios

Lecturas: Rut 2,1-3.8-11; 4,13-17 · Salmo 127 · Mateo 23,1-12
Memoria: San Zaqueo de Jerusalén, obispo y mártir

El testimonio de Rut: la fe que florece en la sencillez

El libro de Rut nos presenta hoy una historia de esperanza en medio de la adversidad. Rut, mujer extranjera y viuda, sale a espigar en los campos para sostener a su suegra Noemí y a sí misma. Allí encuentra a Booz, que reconoce su generosidad y fidelidad. Dios premia esa entrega y, al final, Rut se convierte en madre de Obed, abuelo del rey David, y, en la línea mesiánica, en antepasada de Jesucristo.

La enseñanza es clara: Dios no mira los títulos, los méritos sociales ni las apariencias, sino el corazón humilde y fiel. La providencia de Dios se abre camino en lo pequeño y cotidiano, en un simple acto de espigar bajo el sol, en un “sí” de amor sostenido.

El Evangelio: la verdadera grandeza en la humildad

En el Evangelio, Jesús nos advierte contra la tentación de la hipocresía religiosa. Los escribas y fariseos “dicen, pero no hacen”, buscan honores y los primeros puestos, mientras descuidan lo esencial: vivir lo que predican.

El Señor nos recuerda que la verdadera autoridad no está en la vanagloria, sino en el servicio. “El mayor entre ustedes sea su servidor; el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23,11-12). Esta es la lógica del Reino: la grandeza se mide en capacidad de amar, servir y entregarse.

El Salmo: la bendición de la familia

El salmo 127 canta la dicha del hombre que teme al Señor, es decir, que vive en fidelidad a su Palabra. Esa bendición se refleja en la familia, en el hogar, en el trabajo cotidiano. La paz del corazón y la prosperidad verdadera no se compran ni se imponen: brotan de la confianza en Dios y de la vida en comunión con Él.

Así como Rut experimentó la fecundidad de la fe en su matrimonio con Booz, también nosotros estamos llamados a construir hogares donde reine la esperanza, la oración y la apertura al plan de Dios.

San Zaqueo de Jerusalén: pastor y mártir de los primeros tiempos

San Zaqueo de Jerusalén es recordado como uno de los primeros obispos de la Ciudad Santa, sucesor inmediato de Santiago el Menor, pariente del Señor y primer obispo de Jerusalén. La tradición, recogida por Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica (s. IV), lo coloca dentro de la lista de los quince obispos judío-cristianos que gobernaron la Iglesia de Jerusalén antes de la gran destrucción de la ciudad en el año 135 por el emperador Adriano.

Zaqueo, cuyo nombre significa “puro” o “inocente”, fue discípulo de los Apóstoles y elegido como pastor por su fidelidad a la enseñanza recibida directamente de ellos. Su ministerio se desarrolló en tiempos de gran tensión: la comunidad cristiana vivía la persecución de las autoridades judías y romanas, y estaba marcada por la pobreza y la diáspora.

Como obispo, sostuvo la fe de los primeros cristianos de Jerusalén, asegurando la transmisión fiel del Evangelio y la celebración de la Eucaristía en medio de la hostilidad. La tradición lo honra como mártir, testigo de Cristo que derramó su sangre por confesar la fe.

Eusebio, obispo de Cesarea y padre de la historia eclesiástica, nos transmite:

“Después del martirio de Santiago, primer obispo de Jerusalén, la sede fue ocupada por Simeón, hijo de Clopás; tras él, fueron establecidos sucesivamente otros, de los cuales todos fueron de la circuncisión, hasta que la ciudad fue destruida en tiempos de Adriano. El primero después de Santiago fue Zaqueo.”
(Historia Eclesiástica, IV, 5)

Este testimonio muestra la continuidad apostólica y la fidelidad de los primeros pastores que sostuvieron la Iglesia naciente en Jerusalén, aun en medio de grandes sufrimientos.

La Palabra nos invita a dejar de lado la autosuficiencia y el orgullo para redescubrir la fuerza de la humildad. En Rut vemos que los planes de Dios se cumplen a través de los sencillos; en Jesús aprendemos que el verdadero discípulo es servidor; y en San Zaqueo recordamos que la fidelidad en tiempos difíciles sostiene a la Iglesia.

En esta Semana XX del Tiempo Ordinario, y en este Año Jubilar de la Esperanza, abramos el corazón al futuro con confianza. El Señor sigue escribiendo su historia de salvación en lo cotidiano, en nuestra disponibilidad para servir, en los gestos sencillos de amor.

La humildad abre el corazón a la bendición de Dios. Tengamos alegría serena al descubrir que, como Rut, aun en lo pequeño Dios nos hace parte de su plan. Vamos a vivir esta semana un gesto de servicio humilde y gratuito hacia alguien que lo necesite, sin esperar nada a cambio.

 


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