La gloria futura será mayor: confiar en el Espíritu y servir con gratuidad
En este viernes de la XXV semana del Tiempo Ordinario, la Palabra de Dios nos invita a mirar hacia el futuro con confianza y esperanza, apoyados en la fidelidad del Señor que nunca abandona a su pueblo. La liturgia nos presenta tres textos luminosos: del libro del profeta Ageo (1,15–2,9), el salmo 42, y el evangelio según san Lucas (9,18-22). Además, celebramos a los santos Cosme y Damián, mártires y hermanos médicos, que vivieron su fe sirviendo gratuitamente a los enfermos y dando testimonio de Cristo hasta derramar su sangre. Todo ello en el marco del Mes de la Biblia, que nos impulsa a redescubrir el poder de la Palabra como alimento de vida.
El profeta Ageo alienta al pueblo de Israel que regresa del exilio a no tener miedo de reconstruir el templo, aunque parezca débil y pobre en comparación con el primero. “Mi espíritu estará con ustedes”, dice el Señor. La gloria futura será mayor que la pasada, porque lo importante no son las piedras del edificio, sino la presencia de Dios en medio de su pueblo. Esta palabra es muy actual: nuestras comunidades también pueden sentir cansancio, comparaciones con tiempos pasados, o desánimo ante las dificultades. Pero Dios nos recuerda que Él es quien da consistencia y fuerza, y que su Espíritu hace nuevas todas las cosas. La Iglesia, como nos enseña el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium), está siempre en camino, peregrina, y su belleza mayor está aún por manifestarse cuando Cristo venga con gloria.
El salmo 42 nos ofrece la súplica más profunda del corazón creyente: “Envíame, Señor, tu luz y tu verdad”. No basta la fuerza humana para permanecer firmes; necesitamos la luz que ilumina las decisiones y la verdad que libera el alma. En tiempos de confusión y superficialidad, el cristiano pide la gracia de discernir y de caminar en fidelidad. San Agustín, comentando este salmo, decía que la verdad es Cristo mismo que nos conduce al encuentro con el Padre, y la luz es el Espíritu Santo que guía y fortalece en medio de la noche del mundo.
El evangelio de Lucas nos muestra a Jesús preguntando a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?… ¿Y ustedes, quién dicen que soy?”. Pedro responde con la confesión de fe: “Tú eres el Mesías de Dios”. Jesús, entonces, revela que su misión pasará por el camino de la cruz. Es una enseñanza decisiva: no hay gloria sin entrega, no hay resurrección sin cruz. Pedro tuvo que aprender que el Mesías no es un rey poderoso según los criterios humanos, sino el Siervo que da la vida. También nosotros debemos revisar nuestra imagen de Jesús: ¿lo seguimos porque esperamos éxito y poder, o porque creemos en su amor que se entrega hasta el final? La respuesta que demos marcará nuestra vida de fe.
En este día, la memoria de san Cosme y san Damián, patronos de los médicos y farmacéuticos, ilumina nuestra reflexión. Estos santos hermanos comprendieron que el Evangelio se vive sirviendo, curando heridas del cuerpo y del alma, y que la medicina unida a la fe se convierte en camino de caridad. En un mundo donde la salud se vuelve negocio, su testimonio de gratuidad y entrega nos recuerda que la vida humana es un don sagrado y que el servicio al prójimo es el camino para acercarnos a Cristo. Ellos nos muestran que la fe no se queda en palabras, sino que se traduce en gestos concretos de amor.
Por eso, queridos hermanos, en este viernes se nos abre un horizonte de esperanza: aunque nuestras manos tiemblen al reconstruir, aunque nuestra comunidad parezca pequeña, aunque nuestro corazón tenga miedo, el Señor nos promete: “Yo estoy con ustedes, mi Espíritu permanece en medio de ustedes”. Esa es la certeza que nos sostiene. Que cada familia abra hoy la Biblia en Ageo o en los salmos y haga suya esta oración: “Envíame, Señor, tu luz y tu verdad”. Que cada uno repita la confesión de Pedro: “Tú eres el Mesías de Dios”, y la viva con gestos de servicio generoso, siguiendo el ejemplo de san Cosme y san Damián.
La Gloria de Dios se manifiesta no en las obras grandiosas del hombre, sino en la humildad de quienes confían en Él; por eso siento esperanza y consuelo al descubrir que el Espíritu de Dios no se aparta nunca de su pueblo, y hoy quiero abrir la Biblia en familia, rezar con el salmo 42 y servir a alguien gratuitamente, siguiendo el ejemplo luminoso de san Cosme y san Damián.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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