«Lo que me admira, dice Dios, es la esperanza.
Esa pequeña esperanza que parece de nada. Esa niñita esperanza… Pero esa niñita
atravesará los mundos. Una llama traspasará las tinieblas eternas».
—Charles Peguy
La esperanza en clave política: una mirada cristiana para tiempos difíciles
En un tiempo donde la política parece estar cada vez más alejada de la ética, donde muchos se sienten frustrados o desilusionados por la corrupción, la polarización o la falta de respuestas concretas, los cristianos estamos llamados a mirar esta realidad desde la luz de la esperanza. No como evasión ingenua, sino como compromiso firme y activo con el bien común, inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia.
¿Qué significa tener esperanza en el campo político?
La esperanza cristiana no es pasividad. No es “esperar que otro resuelva”. Es una virtud teologal que nace de la fe y se orienta hacia el amor. En el ámbito político, significa creer que es posible una sociedad más justa, más humana, más fraterna, y trabajar con constancia por ello, desde donde nos toque.
La Doctrina Social de la Iglesia enseña que la política, cuando es vivida como vocación y servicio, se convierte en una forma elevada de caridad. Así lo expresa el Compendio de la Doctrina Social:
“El compromiso político debe entenderse como una alta forma de caridad, porque busca el bien común de todos los ciudadanos” (n. 565).
Esto significa que la política no puede reducirse a ideologías o luchas por el poder. Es un espacio en el que se juega la dignidad de la persona, el respeto a la vida, la promoción de la justicia social y la organización solidaria de la sociedad.
La esperanza como compromiso
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, hace un llamado a recuperar la grandeza de la política. No desde la comodidad, sino desde la entrega:
“Lo que se necesita es una política con visión, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de buenos procedimientos que eviten los errores anteriores” (FT, 177).
Tener esperanza en este campo implica no rendirse ante la realidad, sino actuar con conciencia, responsabilidad y participación. Implica denunciar lo que está mal, pero también construir alternativas. No basta con criticar desde fuera: los cristianos estamos llamados a ser luz, sal y levadura también en la vida pública.
Formar ciudadanos con esperanza
Una sociedad mejor no se improvisa: se construye desde la educación, la participación, el diálogo y la búsqueda del bien común. Por eso, la Iglesia también tiene un papel fundamental en formar conciencias, educar en la fe y promover una ciudadanía comprometida.
San Juan Pablo II insistía en que la democracia solo es auténtica cuando se basa en el respeto a la dignidad humana. Y esa dignidad se defiende no solo con palabras, sino con decisiones, leyes, políticas públicas y estructuras que promuevan la vida, la familia, el trabajo, la educación, la salud, la vivienda y la paz.
La esperanza cristiana nos hace activos, no indiferentes. Nos hace responsables del presente, pero también sembradores del futuro. Nos anima a ser protagonistas del cambio social, con la certeza de que Dios camina con su pueblo y no abandona su historia.
Un llamado desde la parroquia
Como comunidad parroquial, también somos un espacio político en sentido profundo: un lugar donde se forman ciudadanos, se acompañan procesos, se cultiva la conciencia social y se promueve la justicia desde el Evangelio.
Por eso, queremos invitarte a vivir tu fe con esperanza y compromiso social. A no encerrarte en la desesperanza o en el individualismo. A descubrir que cada gesto cuenta, cada palabra construye o destruye, y que cada decisión, por pequeña que sea, es una oportunidad para sembrar el Reino de Dios.
La política necesita personas que crean, que amen, que esperen. Necesita hombres y mujeres que, como María, se levanten “de prisa” para servir. Que no tengan miedo de ensuciarse las manos por el bien de todos. Que miren la realidad con los ojos de Cristo.
La esperanza no es ingenua, es evangélica
La esperanza en clave política no es idealismo vacío. Es el compromiso firme de quienes saben que Dios obra en la historia, y que cada uno de nosotros puede ser instrumento de ese cambio. Como nos recuerda el Papa Francisco:
“Cada uno de nosotros está llamado a ser artesano de paz, uniendo y no dividiendo, apagando el odio y no conservándolo, abriendo caminos de diálogo y no levantando nuevos muros” (Fratelli Tutti, 284).
Que esta esperanza nos impulse a actuar.
A comprometernos.
A no dejar la política solo en manos de unos pocos.
A vivir nuestra ciudadanía desde el Evangelio.
Y a seguir creyendo que otro mundo es posible, si lo construimos juntos.
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