La Asunción de la Bienaventurada Virgen María: Victoria y Esperanza para la Iglesia
Solemnidad – Viernes 15 de agosto de 2025
Semana XIX del Tiempo Ordinario
Hoy la Iglesia entera se reviste de alegría para celebrar la Asunción de la Santísima Virgen María, misterio glorioso que nos revela no solo el destino final de la Madre del Señor, sino también nuestra vocación última: la comunión eterna con Dios en cuerpo y alma. Esta solemnidad, proclamada dogma de fe por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950 en la constitución apostólica Munificentissimus Deus, es una de las fiestas marianas más antiguas y queridas por el Pueblo de Dios, profundamente enraizada en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio.
Las lecturas de hoy nos ofrecen un tapiz de esperanza y victoria.
San Juan nos presenta a “una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”. Esta imagen evoca a María como Reina del cielo, glorificada por su fidelidad total a Dios, y a la vez simboliza a la Iglesia que, en medio de pruebas y combates, da a luz la vida nueva de Cristo en el mundo.
“De pie a tu derecha, está la reina, enjoyada con oro de Ofir”. La liturgia canta la belleza y dignidad de la Reina Madre, que entra en la gloria celestial junto a su Hijo. Es un canto de victoria y de amor.
San Pablo proclama que Cristo es “primicia de los que han muerto” y que todos resucitaremos con Él. María, por ser la primera creyente y la Madre del Redentor, participa ya plenamente de esa victoria pascual.
El Magníficat es la respuesta humilde y profética de María. Ella canta las maravillas que Dios ha obrado en su vida y en la historia de su pueblo. Su Asunción es el cumplimiento de esa promesa: “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.
La Iglesia enseña que la Asunción de María es un privilegio único, fruto de su Inmaculada Concepción y de su plena unión con Cristo. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 966):
“La Inmaculada Virgen… terminado el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por el Señor como Reina sobre todas las cosas, para que se asemejara más plenamente a su Hijo”.
Los Padres de la Iglesia —como San Juan Damasceno— la llamaron “la arca viva que llevó al Autor de la vida” y afirmaron que no podía conocer la corrupción del sepulcro quien había llevado en su seno al Verbo encarnado.
La Asunción no es un mito lejano, sino una promesa viva para cada cristiano. María nos precede en el camino de la fe y nos recuerda que nuestra meta es el Cielo. Su victoria nos confirma que el mal no tiene la última palabra y que la fidelidad a Dios transforma la historia.
En un mundo marcado por el miedo, la violencia y la pérdida de sentido, María aparece como signo de esperanza segura (Lumen Gentium, 68):
Para vivir esta solemnidad con frutos concretos, podemos:
Queridos hermanos, celebrar la Asunción es recordar que el Cielo no es un sueño, sino una meta real. María, nuestra Madre, ya está allí, intercediendo por nosotros, y nos invita a caminar con alegría y esperanza, firmes en la fe, hasta que un día podamos escuchar, como Ella, la voz del Padre que nos llama a su casa para siempre.
“¡María, asunta al Cielo, Reina y Madre, ruega por nosotros!”
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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