Domingo 6 de julio de 2025 –
XIV Domingo del Tiempo Ordinario
"La alegría de la misión, la ternura de Dios y la fuerza de la
Cruz"
Lecturas: Isaías 66,10-14c • Salmo 65 • Gálatas 6,14-18 • Lucas
10,1-12.17-20
Año Santo Jubilar • Mes de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo
Querida comunidad parroquial:
Nos encontramos este domingo 6 de julio de 2025, en la celebración del Decimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario, en el corazón del Año Santo Jubilar y en el mes dedicado a la Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Las lecturas de hoy nos ofrecen un mensaje profundo de alegría, consuelo, misión y esperanza, que ilumina nuestro camino como discípulos misioneros en un mundo sediento de consuelo y sentido.
1. Como una madre consuela a su hijo (Isaías 66,10-14c)
El profeta Isaías nos presenta una imagen maternal de Dios: Jerusalén es símbolo de consuelo y de abundancia, como una madre que da de comer, acaricia, protege y anima. En tiempos donde muchas personas viven el abandono, la guerra, el desarraigo o la soledad, la Palabra nos revela que Dios no abandona a sus hijos, y que su ternura es fuente de vida nueva.
En este Año Santo Jubilar, el profeta nos recuerda que la Iglesia es madre, que consuela, sana, acompaña y nutre a sus hijos en los sacramentos, en la escucha, en la caridad. Por eso, este domingo es una invitación a consolar a otros como Dios nos ha consolado a nosotros.
“Como un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo” (Is 66,13).
2. Las obras del Señor son admirables (Salmo 65)
El salmista canta con gozo: “Aclamad al Señor, tierra entera… Venid a ver las obras del Señor, sus proezas”. En este Año de la Esperanza, nuestra alabanza se hace más intensa porque la misericordia de Dios no tiene límites: Él sigue haciendo maravillas en nuestras vidas, familias y comunidades.
Hoy, también nosotros somos testigos de las proezas de la Sangre Redentora de Cristo, que transforma los corazones endurecidos, restaura a los alejados, renueva la fe de los cansados y sostiene la esperanza de los pobres.
3. La Cruz es nuestra única gloria (Gálatas 6,14-18)
San Pablo nos confronta con una gran verdad: nuestra única gloria está en la cruz de Cristo. No en los aplausos, no en las seguridades humanas, no en la apariencia, sino en la entrega del Amor que salva, en la sangre derramada por amor.
Celebrar el mes de la Preciosa Sangre es recordar con gratitud que hemos sido rescatados a un alto precio. Y también es decidirnos a vivir la vida cristiana como “nueva creación”, no desde la ley de la apariencia sino desde la vida del Espíritu, desde una libertad marcada por la caridad y la humildad.
“En adelante, que nadie me cause más molestias, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús” (Gál 6,17).
4. Los envió de dos en dos (Lucas 10,1-12.17-20)
Jesús no actúa solo: envía a setenta y dos discípulos en misión, en comunidad, con confianza y sin apegos. Los envía a llevar la paz, a sanar, a anunciar el Reino. Lo hace con una claridad profética: al mundo hay que amarlo desde dentro, no condenarlo desde fuera.
Hoy el Señor también nos envía como mensajeros de esperanza y de paz. Nos recuerda que nuestras acciones, por pequeñas que parezcan, tienen poder misionero. No llevamos poder humano, sino el poder de la Sangre de Cristo, que derrota al mal y hace retroceder al enemigo.
Los discípulos regresan alegres, pero Jesús les enseña una alegría mayor: que sus nombres estén escritos en el cielo, es decir, que su vida está escondida en Dios.
Para vivir este Año Santo Jubilar y el mes de la Preciosa Sangre:
Una palabra final de esperanza:
Dios nos consuela como una madre. Cristo nos redime con su Sangre. El Espíritu nos envía con poder. No estamos solos. La misión no se vive desde el miedo sino desde la confianza. No se trata de conquistar el mundo, sino de sanar y acompañar con el amor de Cristo.
Hoy más que nunca, el mundo necesita testigos de la esperanza, cristianos que crean en la fuerza de la ternura, en el poder de la Cruz, en la alegría de la misión. Seamos de esos.
Que la Preciosísima Sangre de Jesús cubra nuestras vidas, nuestras familias y a toda la humanidad. Y que en este Año Santo Jubilar, nuestras comunidades sean signos vivos del Reino.
¡La paz esté con ustedes!
Padre Alfredo Uzcátegui.
Página web desarrollada con el sistema de Ecclesiared