Jubileo
de la Vida Consagrada: Testigos del Dios que se deja encontrar
Reflexión inspirada en la homilía del Papa León XIV
Una Iglesia agradecida por la entrega consagrada
El
Jubileo de la Vida Consagrada, celebrado este jueves en la Plaza de San Pedro y
presidido por el Papa León XIV, ha sido un verdadero canto de gratitud por el
don de quienes, en medio del mundo, se abandonan totalmente en los brazos del
Padre. Religiosos, religiosas, monjes, contemplativas, vírgenes consagradas,
miembros de institutos seculares y nuevas formas de vida consagrada se han
reunido como una sola familia espiritual para renovar su “sí” al Señor.
El Papa abrió su homilía recordando las palabras de Jesús: “Pidan y se les
dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá” (Lc 11,9). En estas
tres actitudes —pedir, buscar y llamar— el Santo Padre leyó la esencia misma de
la vocación consagrada: una vida que ora, confía y se abandona al amor
providente de Dios.
Los votos, camino de fecundidad espiritual
Recordando el Concilio Vaticano II, el Papa León XIV explicó que los votos religiosos —pobreza, castidad y obediencia— son un medio privilegiado para hacer rendir la gracia bautismal. “Pedir”, dijo, es reconocer que todo es don y agradecer en la pobreza; “buscar” es obedecer para discernir la voluntad de Dios; “llamar” es abrir el corazón para ofrecer a los hermanos los dones recibidos. Así, cada consagrado se convierte en signo vivo de la misericordia divina, una profecía de gratuidad en un mundo que mide el valor por la utilidad.
El amor primero de Dios y la memoria agradecida
Al
comentar el libro de Malaquías, el Papa recordó que Dios llama a su pueblo “mi
propiedad exclusiva” (Ml 3,17), expresión que revela la ternura con que el
Señor ha elegido y amado a cada consagrado. El Papa invitó a hacer memoria de
esa elección gratuita, desde los fundadores de los institutos hasta los
comienzos personales de cada vocación.
“Todos estamos aquí porque Él nos ha querido y elegido desde siempre”, subrayó.
Hacer memoria es reconocer cómo Dios ha guiado la vida a través de gozos,
pruebas y purificaciones, siempre con la intención de hacernos más libres, más
generosos y más santos.
El Señor, plenitud y sentido de la existencia
Con
tono profundamente teológico, el Papa León XIV recordó que “sin Dios nada tiene
sentido, nada vale”. Evocando a San Agustín, habló del deseo de infinito que
habita en todo corazón humano: “Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios”
(Confesiones, 10,6-8).
Los consagrados —dijo el Papa— son testigos del primado de Dios en la historia,
recordando al mundo que el amor verdadero es duradero y fecundo, no efímero ni
superficial. En medio de una sociedad distraída por lo inmediato, la vida
consagrada es un oasis de profundidad, una proclamación silenciosa de que Dios
basta.
La caridad como fruto de la contemplación
El
Santo Padre recordó que de la experiencia de Dios brota siempre la caridad
activa. Así lo demostraron los fundadores y fundadoras que, enamorados del
Señor, se hicieron “todo para todos” (1 Co 9,22).
Ante el desencanto de quienes repiten como en tiempos de Malaquías: “Es
inútil servir a Dios” (Ml 3,14), el Papa exhortó a los consagrados a
mostrar con su ejemplo que la verdadera felicidad nace del amor estable y
entregado. Su vida, comparó, debe ser como árboles frondosos que difunden el
oxígeno de la esperanza en un mundo asfixiado por la superficialidad.
Testigos de los bienes futuros
El
Papa León XIV introdujo una hermosa dimensión escatológica: el consagrado es un
testigo de la eternidad. “Brillará el sol de justicia que trae la salud en sus
rayos” (Ml 3,20) —recordó—, invitando a mirar más allá del presente hacia el
“domingo sin ocaso”, el Reino definitivo de Dios.
Así, “pedir, buscar y llamar” se convierten también en expresiones de la espera
del cielo. El consagrado vive con los pies en la tierra y el corazón en la
eternidad, anticipando ya en su vida la alegría de la comunión plena con el
Señor.
Un llamado a la sencillez evangélica
Para
concluir, el Papa citó las palabras de San Pablo VI en Evangelica
testificatio: conservar la sencillez de los pequeños, el trato íntimo con
Cristo y el contacto cercano con los hermanos. “Sed verdaderamente pobres,
mansos, misericordiosos, puros de corazón —dijo León XIV—, porque gracias a
ustedes el mundo conocerá la paz de Dios”.
Fue un llamado a redescubrir la alegría humilde de quien pertenece por completo
al Señor, no por obligación, sino por amor.
Pensamiento final
En
un tiempo marcado por la prisa y el ruido, los consagrados son faros
silenciosos que señalan el horizonte eterno. Su vida, unida a Cristo pobre,
casto y obediente, proclama que el amor total es posible, que la santidad es
real y que la esperanza no defrauda.
El Jubileo de la Vida Consagrada ha recordado a la Iglesia y al mundo que la
oración que pide, busca y llama —vivida en fidelidad— abre siempre las puertas
del cielo.
“Conservad
la sencillez de los pequeños del Evangelio. En ese trato íntimo con Cristo
conoceréis el gozo rebosante del Espíritu Santo.”
— San Pablo VI, Evangelica testificatio 54
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