Semana XVIII del Tiempo Ordinario
“Jesús se acerca a nuestras tormentas”
Lecturas: Núm. 12,1-13; Sal 50; Mt 14,22-36
Fiesta litúrgica: Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor
La Liturgia de la Palabra de este martes de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario nos invita a confiar en la misericordia de Dios, a no juzgar con ligereza a los demás y a dejarnos encontrar por Jesús en medio de nuestras tormentas. La celebración de la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor —la primera iglesia en Occidente dedicada a la Virgen María— nos recuerda además que tenemos una Madre que intercede constantemente por nosotros.
En la primera lectura (Números 12,1-13), vemos cómo María y Aarón murmuran contra Moisés. Dios, que escucha incluso lo que se dice en secreto, interviene con fuerza para defender a su siervo. María es castigada con la lepra, pero Moisés, con humildad y compasión, intercede por ella: “¡Por favor, Señor, ¡sana a esta mujer!” Esta súplica revela el corazón compasivo de Moisés y anticipa la misión de Cristo, intercesor y sanador de nuestras heridas.
El Salmo 50, que resuena como una oración penitencial, nos da las palabras para volvernos a Dios: “Misericordia, Señor, hemos pecado.” En tiempos de caída, pecado o debilidad, no nos quedamos en la culpa, sino que nos levantamos confiados en la misericordia divina.
El Evangelio según san Mateo (14,22-36) nos coloca en el escenario del lago agitado por la tormenta. Los discípulos están solos, el viento es contrario, la barca se tambalea. Es de noche. Y en ese momento, Jesús se acerca caminando sobre las aguas. Ellos, llenos de miedo, creen ver un fantasma. Pero Jesús les dice: “¡Ánimo!, soy yo, no tengáis miedo.”
Pedro, impulsivo como siempre, le dice: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua.” Jesús lo llama, y Pedro comienza a caminar, pero al sentir la fuerza del viento, se hunde. Clama: “Señor, sálvame.” Y Jesús extiende la mano, lo toma y le dice: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”
Enseñanzas para la vida cristiana
1. Dios defiende a sus elegidos, pero espera conversión de todos.
El relato de María y Aarón murmurando contra Moisés nos invita a examinar nuestras palabras. ¿Nos dejamos llevar por el juicio fácil, por la envidia o por la murmuración? Dios no aprueba estos actos, pero tampoco actúa con venganza, sino con justicia y misericordia. La intercesión de Moisés por su hermana enferma es un acto de profunda caridad. Así también nosotros, en lugar de hablar mal, estamos llamados a interceder.
2. No hay pecado que no pueda ser perdonado si hay un corazón contrito.
El Salmo 50 ha sido la oración de innumerables santos, entre ellos san Agustín y san Ignacio de Loyola. En sus momentos de conversión, se dejaron tocar por esta súplica. ¿Nos atrevemos hoy a rezarla con sinceridad? ¿A reconocer nuestras faltas sin excusas? El perdón de Dios no se compra, se recibe por gracia, pero exige una apertura verdadera del corazón.
3. Jesús viene a nuestro encuentro, especialmente en las tormentas.
Pedro representa a cada uno de nosotros: valiente y temeroso al mismo tiempo, lleno de fe y de dudas. Jesús no lo deja hundirse. Esta es la gran esperanza cristiana: no importa cuánto nos hundamos, Jesús nos tiende la mano. Basta con clamar: “¡Señor, sálvame!” Y Él responde.
4. La Virgen María nos acompaña como Madre de la Esperanza.
Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, signo visible de que la Iglesia ama y honra a la Madre de Dios. Esta Basílica fue erigida poco después del Concilio de Éfeso (431), donde se proclamó a María como Theotokos, Madre de Dios. Ella es madre de Jesús y madre nuestra, presente en cada tormenta, guiándonos hacia su Hijo.
San Jerónimo comentaba sobre este pasaje del Evangelio:
“Pedro camina sobre las aguas mientras fija sus ojos en Cristo; pero en cuanto los aparta para mirar la tormenta, comienza a hundirse.”
Esta enseñanza es siempre actual: cuando nuestra mirada está en Cristo, somos capaces de caminar sobre cualquier dificultad. Pero cuando nos dejamos arrastrar por los problemas, el miedo nos vence.
Queridos hermanos, esta jornada es una invitación a la confianza radical en el Señor. Él no es un espectador de nuestras luchas: camina sobre nuestras aguas, se hace presente en medio de la oscuridad, en nuestras noches de soledad, dolor o incertidumbre. Él no nos reprocha primero: nos tiende la mano, nos levanta, y luego nos forma con amor.
“La
Virgen María es la estrella que guía nuestras noches hacia el puerto seguro que
es Cristo. Bajo su amparo, toda tempestad se calma.”
—San Bernardo de Claraval
Hoy, deja que tu corazón sienta la esperanza que nace al saberse sostenido por Jesús, y acariciado por el manto materno de María.
Haz una pausa hoy para rezar el Salmo 50 lentamente, desde el corazón. Y luego, si estás en un momento de prueba, di con fe: “Señor, sálvame.” Y no dudes: Él ya está acercándose a ti.
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