“He venido a traer fuego a la tierra” – Domingo XX del Tiempo Ordinario
Lecturas:
1. Un fuego que no destruye, sino que purifica
El Evangelio de este domingo nos sorprende con palabras de Jesús que parecen duras: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!” (Lc 12,49). No se trata de un fuego de violencia o destrucción, sino del fuego del Espíritu Santo, que enciende el amor de Dios en el corazón humano y transforma la historia. Es el fuego que purifica el corazón, ilumina la conciencia y empuja a vivir según la verdad, incluso cuando ello provoque división.
El Papa Benedicto XVI explicaba que “el fuego de Cristo es el fuego del amor que transforma y renueva, que quema el mal y hace florecer el bien” (Homilía, 14 de agosto de 2005). Este es el núcleo del mensaje: Jesús viene a encender en nosotros la pasión por Dios y por su Reino.
2. Jeremías: la fidelidad que incomoda
La primera lectura (Jer 38, 4-6.8-10) nos presenta al profeta Jeremías, perseguido por anunciar la verdad. Sus palabras no halagaban al poder político ni a la opinión pública; por eso lo acusan de “desmoralizar al pueblo” y lo arrojan a una cisterna fangosa para que muera. Sin embargo, Dios suscita a un extranjero, Ebed-Mélek, para rescatarlo.
La enseñanza es clara: la verdad de Dios no siempre será bien recibida, pero su Palabra no se puede silenciar. San Juan Crisóstomo decía: “Nada teme quien tiene la conciencia limpia y está de parte de Dios” (Homilía sobre Mateo, 15,6). El cristiano debe estar dispuesto a ser voz profética, aunque ello implique incomodidad o rechazo.
3. El combate de la fe: resistencia y perseverancia
La segunda lectura (Heb 12, 1-4) nos invita a “correr con constancia la carrera” que tenemos por delante, “fijos los ojos en Jesús, que inicia y completa nuestra fe”. La vida cristiana no es un paseo, sino una carrera exigente, un combate interior y exterior. El autor de la carta a los hebreos recuerda que Jesús soportó la cruz y el desprecio por amor a nosotros.
En tiempos de relativismo, el Magisterio de la Iglesia nos recuerda que la fidelidad a Cristo implica perseverancia, incluso frente a incomprensiones. El Concilio Vaticano II enseña: “Por la fe, el hombre se entrega libremente a Dios… por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad divina” (Dei Verbum, 5).
4. El fuego que divide: no a causa del odio, sino por fidelidad
Jesús anuncia que su mensaje provocará división incluso dentro de las familias (Lc 12,51-53). No porque Él quiera el conflicto, sino porque la verdad del Evangelio exige opciones radicales. Seguir a Cristo implica decisiones que, en un mundo marcado por el pecado, generan oposición. San Beda el Venerable lo expresó así: “La paz de Dios no es la paz de los pactos con el mal, sino la paz que nace de la victoria sobre el pecado”.
El “fuego” del que habla Jesús es también el ardor misionero que no puede conformarse con una fe tibia. La Iglesia, iluminada por el Espíritu, es enviada a encender el mundo con el amor de Cristo.
En nuestro tiempo, marcado por tensiones sociales, polarización y crisis de valores, Jesús nos pide ser portadores de un fuego que ilumina y no destruye:
El Papa Francisco, comentando este pasaje, ha dicho: “El Evangelio es como un fuego: te quema para sacarte de tu comodidad y te empuja a ir más allá” (Ángelus, 18 de agosto de 2019).
5. Encendamos el mundo con el fuego de Cristo
Como Jeremías, podemos sentir miedo al rechazo; como los cristianos de la carta a los hebreos, necesitamos perseverar; como discípulos de Jesús, debemos ser portadores de su fuego. El mundo necesita cristianos apasionados, no cristianos apagados. La esperanza que ofrecemos no es ingenua: nace de Cristo resucitado, que venció la muerte y nos envía con la fuerza del Espíritu.
Oración final
Señor Jesús, enciende en nosotros el fuego de tu Espíritu. Purifica nuestro corazón de todo miedo y tibieza. Haznos valientes para anunciar tu verdad, firmes en la fe y alegres en la esperanza. Que, como antorchas encendidas, llevemos tu luz a todos los rincones de la tierra. Amén.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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