24
AGO
2025

“Entren por la puerta estrecha y anuncien la Buena Noticia”



VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

“Entren por la puerta estrecha y anuncien la Buena Noticia”

La liturgia de este domingo nos invita a mirar nuestra vida cristiana con seriedad y esperanza. Las lecturas nos presentan tres temas fundamentales: la universalidad de la salvación, la necesidad de la corrección paterna de Dios y la exigencia de entrar por la puerta estrecha para participar en el banquete del Reino. En este camino, no se trata de vivir una fe cómoda, sino de caminar con perseverancia, con un corazón abierto a Dios y al prójimo.

La universalidad de la salvación (Isaías 66,18-21)

El profeta Isaías anuncia que Dios reunirá a todas las naciones y lenguas para contemplar su gloria. La salvación no es un privilegio para unos pocos, sino un don abierto a todos los pueblos. En la visión profética, incluso los extranjeros son llamados a formar parte del pueblo de Dios y enviados como mensajeros.

Esto nos recuerda que la Iglesia es católica, es decir, universal. Como enseña el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium (n. 13), “Dios quiere salvar a todos los hombres y reunirlos en un solo pueblo, en un solo Cuerpo de Cristo”.

El salmo responsorial, con tono misionero, nos invita: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio” (Sal 116). Cada bautizado tiene esta misión: ser testigo de la alegría del Evangelio en su entorno, en la familia, en el trabajo, en la sociedad.

La pedagogía de Dios (hebreos 12,5-7.11-13)

La carta a los hebreos nos recuerda que Dios, como buen Padre, corrige a quienes ama. La corrección no es castigo, sino formación. Como afirma san Juan Crisóstomo: “Dios no permite la prueba para destruirnos, sino para hacernos más fuertes”.

La vida cristiana no se mide por la ausencia de dificultades, sino por la capacidad de dejarnos moldear por Dios en medio de ellas. La corrección produce frutos de justicia y paz en quienes la aceptan con humildad.

En este año jubilar de la esperanza, estamos invitados a recibir las pruebas como oportunidades para crecer en la fe, sabiendo que Dios no nos abandona, sino que nos guía como un Padre que conduce a su hijo.

La puerta estrecha del Evangelio (Lucas 13,22-30)

Jesús, en su camino hacia Jerusalén, responde a la pregunta sobre cuántos se salvarán. No da cifras, sino que invita a cada uno a preocuparse por su propia respuesta: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha”.

La salvación no es automática ni se consigue solo por pertenencia externa. No basta decir “Señor, hemos comido y bebido contigo”; se requiere una vida coherente, una conversión sincera y un compromiso con el amor.

San Agustín decía: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. La gracia de Dios es gratuita, pero exige nuestra cooperación, nuestro sí cotidiano.

La “puerta estrecha” no es un obstáculo, sino un camino de autenticidad: amar, perdonar, servir, ser fiel en lo pequeño. Quien se empeña en entrar por ella experimenta la verdadera libertad de los hijos de Dios.

Una esperanza que abre al futuro

El Evangelio concluye con una promesa esperanzadora: vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán en el banquete del Reino. La salvación es para todos los que acepten entrar en el amor de Dios.

Esto nos alienta a no desanimarnos en nuestro caminar. Aun cuando el mundo presente injusticias, divisiones y violencia, la Palabra de Dios nos asegura que su plan es universal y que la victoria final será de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado.

La salvación es un don de Dios, abierto a todos, pero requiere nuestra respuesta personal y perseverante. Tengamos alegría y confianza en el amor de Dios que corrige y guía como Padre. Llamados a esforzarnos cada día por entrar por la puerta estrecha con actos de amor, servicio y fidelidad, anunciando con nuestra vida que Cristo es el Señor.

Hoy el Señor nos llama a abrirnos al horizonte universal de la misión, a aceptar con humildad la corrección del Padre y a caminar con decisión por la puerta estrecha del Evangelio. El futuro de la Iglesia y de cada creyente está marcado por la esperanza: un día nos reuniremos de todas las naciones en el banquete eterno del Reino.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, nos enseñe a ser discípulos misioneros, testigos de la esperanza y sembradores de paz en nuestro tiempo.

 

Pbro. Alfredo Uzcátegui.


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