Viernes
XIX de septiembre de 2025 — Semana XXIV del Tiempo Ordinario
Lecturas: 1 Timoteo 6,2-12; Salmo 48; Lucas 8,1-3
Memoria de San Jenaro, Obispo y Mártir
Mes de la Biblia
“El verdadero tesoro es seguir a Cristo con corazón indiviso”
Queridos hermanos y hermanas en la fe:
La Palabra de Dios que hoy meditamos nos invita a mirar lo esencial de nuestra vida cristiana. En la primera carta a Timoteo, san Pablo advierte sobre los peligros del apego al dinero y las riquezas: “La raíz de todos los males es la codicia” (1 Tim 6,10). No es la riqueza en sí lo que destruye, sino cuando el corazón se deja dominar por la avaricia y pierde la capacidad de amar, servir y compartir. San Pablo exhorta a su discípulo: “Tú, hombre de Dios, huye de esas cosas y practica la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia y la mansedumbre” (1 Tim 6,11). Es un programa de vida que sigue siendo actual: el cristiano está llamado a vivir en medio del mundo, pero con el corazón anclado en Dios.
El salmo 48 nos recuerda que nadie se lleva nada de este mundo: “Dichosos los pobres de espíritu”. La verdadera riqueza es confiar en el Señor, vivir con un corazón libre que sabe que todo es don y todo se entrega. Aquí se ilumina la bienaventuranza proclamada por Jesús: el pobre de espíritu es aquel que se abre totalmente a Dios y pone en Él su seguridad.
En el Evangelio según san Lucas (8,1-3) encontramos un detalle precioso: Jesús va de pueblo en pueblo anunciando la Buena Noticia y, junto a los apóstoles, hay mujeres que lo acompañan y lo sirven con sus bienes: María Magdalena, Juana, Susana y muchas otras. El Evangelio subraya que la misión de Jesús no se entiende sin la colaboración de tantos corazones generosos que, en lo escondido, hacen posible que el Reino de Dios avance. Esto nos recuerda que en la Iglesia todos tenemos un lugar: los apóstoles que predican, las mujeres que sostienen, los discípulos que escuchan, los pobres que reciben… todos formamos un único cuerpo, y todos somos indispensables.
Hoy, además, la liturgia nos hace celebrar la memoria de San Jenaro, obispo y mártir de Nápoles (siglo IV). Su testimonio nos recuerda que la fe no se negocia, ni se compra ni se vende. Su sangre derramada por Cristo es signo de esperanza: nada puede vencer al amor de Dios, ni siquiera la muerte. La tradición napolitana conserva hasta hoy la reliquia de su sangre, que se licúa como signo de la intercesión de este santo ante Dios por su pueblo. San Jenaro nos enseña que, en medio de pruebas y persecuciones, el cristiano está llamado a ser testigo valiente de Cristo resucitado.
Una reflexión para nuestro tiempo
En este Mes de la Biblia, la Iglesia nos invita a redescubrir el tesoro de la Palabra de Dios. Ella es luz en medio de la oscuridad y brújula en los caminos confusos de la vida. Hoy vemos un mundo tentado por la idolatría del dinero, el poder y la vanidad, pero la Escritura nos devuelve al núcleo: vivir con fe, amor, paciencia y mansedumbre.
Podemos preguntarnos:
Palabras de esperanza
La fe no nos aparta del mundo, nos impulsa a transformarlo desde dentro, con gestos concretos de caridad, justicia y fraternidad. Como decía san Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, porque quien ama de verdad, lo hace todo desde Dios y en Dios.
Queridos hermanos, que este día recordemos que la verdadera riqueza está en Cristo. Él nos invita a caminar como discípulos misioneros, pobres de espíritu pero ricos en amor, pacientes en la lucha y alegres en la esperanza.
Propósito para hoy
Oración final
Señor Jesús, que recorrías los caminos acompañado de tus discípulos y sostenido por corazones generosos, haz que también nosotros sepamos seguirte con fidelidad. Líbranos de la codicia y de la falsa seguridad de las riquezas. Danos un corazón pobre de espíritu, lleno de confianza en ti. Que la Palabra de Dios sea nuestra riqueza y nuestra fuerza. Amén.
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