Jueves 15 de mayo de 2025
Cuarta semana de Pascua – San Isidro Labrador – Año Santo Jubilar
“El que recibe al que yo envíe, me recibe a mí” (Jn 13,20)
En este jueves de la cuarta semana de Pascua, la liturgia nos conduce a contemplar el corazón del servicio cristiano, a la luz de la Pascua del Señor, el testimonio de los primeros apóstoles y la humildad de los santos que, como San Isidro Labrador, vivieron el Evangelio en lo cotidiano.
1. El testimonio que salva: Pablo y la fidelidad a la promesa
En los Hechos de los Apóstoles (13,13-25), Pablo inicia su predicación en Antioquía de Pisidia con una síntesis de la historia de la salvación. Presenta a Jesús como el cumplimiento de las promesas hechas por Dios a Israel. No se trata de una idea nueva, sino de una historia viva, tejida en el tiempo, en la carne de un pueblo, que alcanza su plenitud en Cristo.
La predicación apostólica no es un discurso bonito, sino la proclamación de un acontecimiento que cambia la vida: Dios ha sido fiel, y su misericordia se ha derramado para siempre en su Hijo. Esta buena noticia no solo es memoria, sino impulso misionero para todos los que creemos. Como Pablo, estamos llamados a ser anunciadores valientes, no de teorías, sino de una Persona viva: Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros.
2. La lógica del Reino: servir es reinar
El Evangelio de hoy (Juan 13,16-20) nos ubica en la Última Cena, justo después del lavatorio de los pies. Jesús acaba de realizar un gesto revolucionario: el Maestro se hace servidor, y concluye diciendo: “El siervo no es más que su señor, ni el enviado más que el que lo envió”.
En el centro del seguimiento cristiano está la lógica del servicio humilde y amoroso. Quien recibe al enviado de Cristo, lo recibe a Él; y quien lo recibe a Él, recibe al Padre. Es una cadena de amor que se comunica en gestos concretos, en palabras de consuelo, en obras de misericordia, en la fidelidad a nuestra vocación.
3. San Isidro Labrador: la santidad en la vida sencilla
Hoy la Iglesia celebra la memoria de San Isidro Labrador, patrono de los campesinos y hombres del campo. Un hombre humilde, trabajador, profundamente creyente. Su vida fue oración y labor: se dice que madrugaba para asistir a la Eucaristía antes de trabajar, y que los ángeles araban sus campos mientras él rezaba.
San Isidro nos enseña que la santidad no está reservada a unos pocos, ni se alcanza en grandes gestas, sino en la fidelidad a Dios en lo pequeño, en lo cotidiano. Su testimonio es actual: nos llama a reconocer a Dios en el trabajo, a unir la fe y la vida, a confiar en la providencia, y a cuidar la tierra como don divino.
4. Vivir el Año Santo Jubilar: con manos que sirven y labios que proclaman
En este Año Santo Jubilar, somos invitados a acoger la misericordia de Dios y a proclamarla “sin cesar”, como dice el Salmo 88. Proclamarla no solo con palabras, sino con gestos: recibiendo al otro, escuchando, perdonando, ayudando, cuidando de los pobres y de la creación.
Este Jubileo nos impulsa a abrir puertas: las del corazón, las del hogar, las de la comunidad. A salir al encuentro de Cristo en el prójimo, a dejarnos lavar por su amor, y a imitarlo con sencillez y fe. Recordemos: el que sirve, participa de la alegría del Reino.
Hoy es un día para renovar nuestra disponibilidad a servir. Sea en el campo, en la ciudad, en la familia, en la parroquia o en el mundo, todo servicio hecho por amor a Cristo tiene valor eterno. Aprendamos del Evangelio y del testimonio de San Isidro a sembrar esperanza y a cultivar la misericordia.
Oración final
Señor Jesús, Maestro y Servidor,
haznos instrumentos de tu amor.
Que, como San Isidro, trabajemos con alegría,
y vivamos nuestra fe con humildad y confianza.
Que nuestras manos construyan tu Reino,
nuestros labios proclamen tu misericordia,
y nuestros corazones te reconozcan en cada hermano.
Amén.
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