Día 7 – La Pereza y la Diligencia
Venciendo los pecados capitales
La pereza no es solo flojera física; en su raíz espiritual se manifiesta como “acedia”: desgano para lo que es bueno, tibieza en la vida de fe, abandono de la oración y descuido de nuestras responsabilidades. La pereza apaga la esperanza, nos vuelve indiferentes y nos hace perder la oportunidad de amar. Es un enemigo silencioso que roba la alegría del seguimiento de Cristo.
Virtud contraria: La diligencia
La diligencia es la virtud que nos impulsa a obrar el bien con prontitud y alegría. No se trata de activismo vacío, sino de una disposición interior para cumplir con responsabilidad nuestras tareas, vivir con entusiasmo la fe y responder con generosidad a las llamadas de Dios. El diligente no deja para mañana el bien que puede hacer hoy.
Palabra de Dios:
San Pablo exhorta con fuerza:
“No
seáis perezosos en el fervor; servid al Señor con espíritu ardiente”
(Rom 12,11).
El cristiano está llamado a vivir con un corazón encendido, capaz de transformar
la rutina en ofrenda y cada acción en servicio.
Enseñanza de la Iglesia:
San Juan Pablo II, en Laborem Exercens, recuerda que el trabajo es participación en la obra creadora de Dios. Por eso, cuando lo asumimos con responsabilidad y entrega, no solo dignificamos nuestra vida, sino que colaboramos con el plan divino. La diligencia convierte nuestro esfuerzo diario en oración y servicio.
Acción práctica:
Hoy te invito a ofrecer al Señor una tarea concreta con amor y esmero, aunque sea pequeña: ordenar tu espacio, terminar una labor pendiente, dedicar un tiempo a la oración personal o visitar a alguien que lo necesite. Hazlo como si fuera para Cristo mismo, y descubrirás la alegría de servir.
Oración final:
Señor, líbrame de la pereza que me aleja de Ti y apaga mi fe. Hazme diligente en el bien, constante en la oración y generoso en el servicio. Que cada acción de mi vida, grande o pequeña, sea hecha por amor y se convierta en semilla de esperanza para el mundo. Amén.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
La victoria del amor sobre el pecado
Hemos recorrido juntos siete días de reflexión sobre los pecados capitales y las virtudes que los vencen. Ha sido un camino de luz y de gracia, en el que descubrimos cómo la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza no tienen la última palabra en nuestra vida. Con Cristo siempre hay esperanza, porque su amor nos ofrece la libertad y la fuerza para levantarnos y seguir adelante.
Cada virtud contraria que hemos meditado —la humildad, la generosidad, la castidad, la mansedumbre, la templanza, la caridad y la diligencia— no es fruto de un esfuerzo solitario, sino don del Espíritu Santo que actúa en nosotros. Cuando abrimos el corazón a Dios, Él nos capacita para vivir de manera nueva, más humana, más libre y más plena.
El Evangelio nos recuerda que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Por eso, aunque la lucha espiritual continúe cada día, tenemos la certeza de que la gracia de Dios es más fuerte y que nunca estamos solos en este combate.
Te invito a que no dejes este itinerario como una experiencia aislada, sino que lo conviertas en un estilo de vida: examina tu corazón con frecuencia, pide al Señor la gracia de reconocer tus fragilidades, confía en la fuerza de los sacramentos, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía, y cultiva con perseverancia las virtudes que te hacen semejante a Cristo.
Que la Virgen María, Madre de Misericordia, nos acompañe siempre en el camino, y que nuestro testimonio de vida sea signo de que el amor vence al pecado y que la santidad es posible.
Oración final de envío:
Señor Jesús, gracias por mostrarnos que con tu gracia podemos vencer el pecado y vivir en libertad. Danos un corazón humilde, generoso, puro, paciente, templado, fraterno y diligente, para ser testigos de tu Reino en medio del mundo. Haznos perseverar en este camino y que, al final de nuestros días, podamos gozar contigo en la eternidad. Amén.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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