Día 10 – “No codiciarás los bienes ajenos”
Palabra de Dios
“No
codiciarás la casa de tu prójimo, ni su campo, ni su siervo, ni su sierva, ni
su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”
(Ex 20,17).
“Tengan cuidado y guárdense de toda avaricia, porque, aunque uno ande
sobrado, su vida no depende de sus bienes” (Lc 12,15).
Catecismo de la Iglesia Católica
“El
décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada
de los bienes terrenos” (CIC 2536).
“La envidia es una tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo inmoderado
de poseerlo. Es un pecado capital” (CIC 2539).
“El bautizado vence la envidia y la codicia con la humildad, la pobreza de
espíritu y el deseo del Reino de los cielos” (CIC 2540).
Reflexión
Este mandamiento nos llama a cuidar el corazón de la envidia y de la codicia.
No se trata solo de no robar, sino de no desear con obsesión lo que pertenece a
otros. La raíz de este pecado está en la insatisfacción: cuando no agradecemos
lo que tenemos, comenzamos a mirar con tristeza lo que poseen los demás.
La codicia es como un veneno que nunca se sacia. Quien se deja atrapar por ella, vive en la frustración constante, porque siempre hay algo más que “le falta”. Jesús nos recuerda que la verdadera vida no depende de lo material, sino del amor y de la comunión con Dios.
El bautizado está llamado a vivir la pobreza de espíritu, que no significa carecer de bienes, sino usarlos con libertad y compartirlos. La gratitud y la generosidad son las medicinas contra la codicia. Cuando damos gracias y compartimos, experimentamos la alegría de que Dios mismo es nuestra mayor riqueza.
San Gregorio Magno enseñaba: “Cuando damos gracias a Dios por los bienes de los demás, hacemos nuestros esos mismos bienes”. La envidia se vence alegrándonos por el bien ajeno como si fuera propio.
Acción práctica
Oración
Señor, Tú eres mi verdadera riqueza. Libera mi corazón de la envidia y de la
codicia. Enséñame a vivir agradecido, a alegrarme por el bien de los demás y a
buscar siempre los bienes del cielo. Que la pobreza de espíritu me haga confiar
solo en Ti y descubrir que en tu amor lo tengo todo. Amén.
Con este décimo mandamiento completamos la serie: los Diez Mandamientos como camino de libertad, amor y plenitud para vivir cada día como bautizados.
Hemos recorrido juntos el camino de los Diez Mandamientos, que no son cadenas ni prohibiciones, sino palabras de vida y libertad que Dios nos regala para vivir en plenitud como sus hijos. Cada mandamiento nos ha recordado que el amor a Dios y al prójimo son inseparables, y que como bautizados estamos llamados a ser luz en medio del mundo.
Hoy, al concluir con el décimo mandamiento, reafirmamos que nuestra verdadera riqueza está en Dios, que su amor basta, y que vivir los mandamientos no nos limita, sino que nos abre al gozo de la libertad en Cristo.
Que esta serie no quede solo en la lectura, sino en un compromiso diario: poner a Dios en el centro, amar con todo el corazón, vivir en la verdad y caminar en la gratitud. Así haremos de nuestra vida un testimonio vivo del Evangelio.
“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14,15).
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