Serie: Crecer en la fe con los Diez Mandamientos
Los Diez Mandamientos son la expresión de la voluntad de Dios para nuestra vida. No son simples normas morales, sino palabras de vida que nos indican el camino de la libertad verdadera y de la plenitud del amor. El Catecismo enseña:
“Los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan, al mismo tiempo, la verdadera humanidad del hombre” (CIC 2070).
Los encontramos en la Sagrada Escritura en dos pasajes fundamentales:
Jesús no los abolió, sino que los llevó a su plenitud en el mandamiento del amor: “Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-39).
Día 1 – “Amarás a Dios sobre todas las cosas”
Palabra
de Dios
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente” (Mt 22,37).
Catecismo de la Iglesia Católica
“Este
primer mandamiento ordena al hombre no tener otros dioses fuera del Señor y a
no venerar otras divinidades” (CIC 2084).
“El deber de adorar a Dios prohíbe el supersticioso desvío de este culto, así
como la irreligión. El primer mandamiento condena el politeísmo y exige al
hombre no creer en otros dioses, sino venerar al único Señor” (CIC 2110-2114).
Reflexión
Este primer mandamiento es el fundamento de todos los demás. Nos recuerda que
el corazón humano ha sido creado para Dios y solo en Él encuentra descanso y
plenitud. Amar a Dios sobre todas las cosas significa darle el primer lugar
en la vida: por encima del dinero, del poder, de la comodidad, de la
tecnología, de la opinión de los demás e incluso de nosotros mismos.
No se trata solo de evitar ídolos materiales o supersticiones, sino también de identificar esos “pequeños dioses” que se cuelan en el corazón: la ambición desmedida, el deseo de control, el orgullo que nos encierra en nosotros mismos. Cuando Dios no ocupa el centro, nos sentimos vacíos, inseguros y dispersos.
Jesús nos enseña que amar a Dios es un amor total: con el corazón (afecto y voluntad), con el alma (espiritualidad y fe) y con la mente (inteligencia y pensamiento). No es un amor parcial ni ocasional, sino una entrega que unifica la vida entera. El bautizado vive este mandamiento en la oración diaria, en la participación en los sacramentos y en la obediencia confiada a la Palabra.
San Agustín lo expresó bellamente: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones I,1). Amar a Dios sobre todas las cosas es, en definitiva, aprender a vivir en paz, porque todo encuentra su sentido en Él.
Acción práctica
Oración
Señor, Dios único y verdadero, hoy quiero ponerte en el centro de mi vida.
Arranca de mi corazón todo lo que me aleja de Ti, y enséñame a amarte con todo
mi ser. Que en cada decisión, en cada palabra y en cada obra, seas Tú mi
fuerza, mi alegría y mi paz. Amén.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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