08
JUL
2025

"Cuando el alma vale menos que el entretenimiento: una reflexión sobre nuestras prioridades como católicos"



"Cuando el alma vale menos que el entretenimiento: una reflexión sobre nuestras prioridades como católicos"
Por el P. Alfredo Uzcátegui

En nuestra vida cotidiana, es común ver a personas —que se definen como católicos practicantes— dispuestas a gastar sin reparos en lo que consideran “necesario” o “placentero”: una salida al cine, una cena en un restaurante, un concierto, ropa de marca, tecnología de última generación o unas vacaciones. Nadie les exige dar explicaciones, ni ellos las dan. Simplemente lo hacen, porque consideran que eso forma parte de su bienestar, su descanso o su estilo de vida.

Pero cuando la invitación proviene de la Iglesia —a un retiro espiritual, una jornada de formación, una convivencia parroquial, o un simple encuentro comunitario donde se pide una pequeña colaboración para cubrir gastos— entonces surgen de pronto las excusas: “no puedo, es muy caro”, “¿por qué hay que pagar?”, “en la Iglesia todo debería ser gratis”, “seguro es para lucrar”… ¿Qué ha pasado con nuestro corazón? ¿Por qué el alma, que es eterna, nos importa menos que una tarde de entretenimiento?

La lógica del Evangelio y la economía del Reino

Jesús nunca cobró por anunciar la Buena Noticia, es cierto. Pero también es cierto que su misión fue sostenida por mujeres y hombres generosos que “le ayudaban con sus bienes” (cf. Lc 8,3). San Pablo fue claro: “El obrero merece su salario” (1 Tim 5,18) y nos enseñó que, en la comunidad cristiana, la solidaridad y el sostenimiento mutuo son signos visibles del amor verdadero.

En la Iglesia no se vende la gracia. Pero sí se comparten recursos, se alquilan espacios, se paga luz, sonido, transporte, materiales, alimentación, seguridad… ¿Quién se encarga de todo eso? ¿Los ángeles? No. Lo hacemos juntos, como comunidad de fe. La donación no es un precio, sino un acto de corresponsabilidad y madurez cristiana.

Cuando el corazón se cierra a lo espiritual

Cuando alguien pone resistencia a participar en algo espiritual porque “hay que dar una donación”, es legítimo preguntarse: ¿será realmente el dinero el problema? ¿O será que simplemente no hay deseo real de crecer en la fe, de compartir con otros, de dejarse tocar por Dios?

Es triste ver que para cosas banales no se consulta el bolsillo, pero para un retiro que puede transformar tu vida, sí. Esa actitud nos interpela profundamente. No es una cuestión económica, es una cuestión de prioridades. Como dijo Jesús: “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21).

Educar para la gratuidad verdadera

La verdadera gratuidad cristiana no consiste en exigir que todo sea gratis, sino en aprender a dar sin esperar, a compartir sin medida, a valorar lo que realmente importa. Y lo más importante en esta vida es nuestra relación con Dios. Si invertimos en nuestro cuerpo, en nuestro entretenimiento, ¿por qué no invertir también en nuestra alma?

La Iglesia ofrece mucho sin pedir nada a cambio: misas diarias, confesiones, visitas a los enfermos, consejería, sacramentos, acompañamiento… ¿No vale la pena también que nosotros demos algo, aunque sea pequeño, para sostener lo que tanto bien hace a todos?

Una invitación al corazón

Querido hermano, querida hermana: no pongas excusas cuando se trate de encontrarte con Dios. No midas con lupa lo que se pide para vivir una experiencia que puede abrir tu alma al amor, al perdón, a la fraternidad. El alma también necesita alimento, y no hay mejor inversión que aquella que fortalece nuestra fe y nos acerca al cielo.

No se trata de dar por obligación, sino por convicción. No se trata de pagar por Dios, sino de valorar lo que Él hace por ti a través de su Iglesia.

Porque al final, el problema no es el dinero… es el corazón.

 


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