Si pretendiéramos construir la unidad con nuestras propias fuerzas, no sólo lo conseguiríamos, terminaríamos por agotarnos y desanimarnos. Del mismo modo que David y sus hombres, al verse cansados y con hambre, entraron en la casa de Dios a comer de los panes de la proposición, nosotros debemos alimentarnos del Pan de la Unidad que es Cristo. Como decía San Agustín en las Confesiones, ?soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí?. La comunión eucarística produce en quien la recibe adecuadamente una verdadera transformación y ?acrecienta nuestra unión con Cristo? (Catecismo de la Iglesia Católica número 1391).
En Cristo se realiza el misterio de la comunión. ?La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo? (Catecismo de la Iglesia Católica número 1396). La Eucaristía nos comunica ese dinamismo de la caridad de Cristo, que nos une. San Juan Pablo II nos recordaba en la Carta Domincae cenae, número 5: ?este amor encuentra su fuente en el Santísimo Sacramento (?) La Eucaristía significa esta caridad, y por ello la recuerda, la hace presente y al mismo tiempo la realiza. Cada vez que participamos en ella de manera consciente, se abre en nuestra alma una dimensión real de aquel amor inescrutable que encierra en sí todo lo que Dios ha hecho por nosotros los hombres y que hace continuamente (?) Nace en nosotros una viva respuesta de amor. No sólo conocemos el amor, sino que nosotros mismos comenzamos a amar?.
Si no es así, si no sucede más profundamente esta efusión de la caridad debemos preguntarnos ¿Cómo es de consciente nuestra participación? ¿Nos damos cuenta de que actualizamos y ?nos apropiamos? de la muerte y resurrección de Cristo, de su amor hasta el extremo? ¿Qué barreras ponemos a la acción del Paráclito? Hagamos nuestra la oración postcomunio del Domingo XXII: ?Te rogamos, Señor, que este sacramento con que nos has alimentado, nos haga crecer en tu amor y nos impulse a servirte en nuestros prójimos?. Este es el camino de la unidad. Este amor participado es el constructor de la unidad por la que rogó Cristo.
Pidamos a la Madre del Amor Hermoso que nos ayude a penetrar cada día más en este misterio de amor, que nos hace a todos hermanos y nos convoca a constituir una única familia.
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