Domingo
XXVI del Tiempo Ordinario – 28 de septiembre de 2025
“La Palabra nos abre los ojos para vivir en la esperanza”
En este domingo del Tiempo Ordinario, la Palabra de Dios nos invita a una seria reflexión sobre nuestro estilo de vida, nuestras prioridades y la manera en que nos relacionamos con los demás, especialmente con los más necesitados. La liturgia de hoy une la voz profética de Amós, la exhortación pastoral de Pablo a Timoteo y la enseñanza parabólica de Jesús en el Evangelio, iluminadas todas por el canto del salmista que proclama: “Alabemos al Señor, que viene a salvarnos” (Sal 145).
El profeta Amós (6,1a.4-7) denuncia la falsa seguridad de quienes viven en la abundancia sin preocuparse por la ruina de los pobres. La crítica no es contra los bienes en sí mismos, sino contra la indiferencia del corazón que se adormece en el confort y pierde la capacidad de compasión. Los Padres de la Iglesia, como san Juan Crisóstomo, recordaban con fuerza que “no compartir con los pobres lo que tenemos es robarles y quitarles la vida” (Homilía sobre Lázaro). La Palabra nos recuerda que el lujo que encierra y separa no es signo de bendición, sino de ceguera espiritual.
En la segunda lectura (1 Tim 6,11-16), Pablo exhorta a Timoteo, y a cada discípulo de Cristo, a “buscar la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia y la mansedumbre”. Frente a la tentación de la codicia y la riqueza como meta, el cristiano es llamado a vivir la fe como un “combate noble” que prepara el corazón para la vida eterna. La fe no se mide por el tener, sino por la perseverancia en el bien, en la fidelidad al Evangelio y en la confianza en Jesucristo, “el único soberano, Rey de reyes y Señor de señores” (1 Tim 6,15).
El Evangelio de san Lucas (16,19-31) nos presenta la conocida parábola del rico y el pobre Lázaro. No se trata de condenar al rico por ser rico ni de ensalzar al pobre solo por ser pobre. El mensaje central está en la indiferencia: el rico comía banquetes cada día y, a su puerta, Lázaro moría de hambre y heridas, sin que hubiera un gesto de compasión. Jesús denuncia la ceguera de un corazón cerrado, incapaz de ver en el otro un hermano. El abismo que después separa a ambos en la eternidad es fruto de aquel abismo creado en la tierra por la indiferencia y el egoísmo. El Señor nos dice: el tiempo de la conversión es ahora; el momento de abrir los ojos y compartir es hoy.
El Salmo 145 nos invita a poner nuestra confianza en el Señor, que siempre permanece fiel y hace justicia a los oprimidos. Él no abandona a los que sufren, ni olvida a los humildes, ni se deja sobornar por los poderosos. En el Mes de la Biblia, este salmo nos recuerda que la Palabra de Dios es fuente de esperanza porque nos enseña a vivir con mirada de eternidad, con corazón solidario y con manos abiertas al servicio.
Queridos hermanos, la Iglesia nos llama a leer la Escritura como palabra viva que interpela y transforma. San Jerónimo decía: “Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”. En este mes dedicado a la Biblia, alimentemos nuestra vida espiritual con la lectura diaria, orante y confiada de la Palabra, porque ella abre los ojos de nuestro corazón y nos enseña a vivir con esperanza en medio de las pruebas.
Hoy, la invitación es clara: no seamos indiferentes al dolor de los demás. La fe se hace concreta en la caridad, en el gesto solidario, en el compartir lo que somos y tenemos. El futuro no se construye sobre muros de egoísmo, sino sobre puentes de misericordia. Cristo nos promete la vida eterna, pero nos pide que comencemos a vivirla aquí y ahora con obras de amor.
Que María Santísima, Madre de la Palabra hecha carne, nos enseñe a escuchar y practicar el Evangelio con sencillez y valentía. Que san Vicente de Paúl, cuya memoria celebramos en estos días, interceda por nosotros para que no seamos sordos al clamor de los pobres. Y que el Espíritu Santo nos dé la gracia de perseverar en la fe, para que un día podamos escuchar al Señor decirnos: “Ven, bendito de mi Padre, recibe en herencia el Reino preparado para ti” (Mt 25,34).
Pensamiento
final para el corazón:
La verdadera riqueza es vivir en Cristo y hacer de nuestra vida un don para los
demás.
Oración final
Señor Jesús, Palabra viva del Padre, gracias por abrir nuestros ojos con tu Evangelio y enseñarnos que la verdadera riqueza está en compartir, amar y servir. No permitas que nuestro corazón se endurezca ni que la indiferencia nos aparte de nuestros hermanos. Haznos testigos de tu esperanza en medio del mundo, sembradores de justicia y de paz. Que en este Mes de la Biblia aprendamos a escuchar tu voz cada día y a vivirla con alegría. Danos un corazón sencillo y generoso, para que, siguiendo tu camino, podamos un día gozar de la vida eterna en la casa del Padre. Amén.
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