1700 años del Concilio de Nicea: Un Sí firme a la fe apostólica
“Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios”.
Estas palabras, que proclamamos en cada Eucaristía, resuenan con fuerza
especial en este año 2025, cuando la Iglesia celebra los 1700 años del
Primer Concilio Ecuménico de Nicea, convocado en el año 325 por el
emperador Constantino. Fue un momento histórico y fundacional para la unidad de
la Iglesia y la claridad doctrinal, frente a los errores que amenazaban la
verdad revelada por Cristo.
El contexto del Concilio
A comienzos del siglo IV, la Iglesia salía de las persecuciones, pero entraba en un nuevo desafío: la herejía del arrianismo, promovida por Arrio, un presbítero de Alejandría, que enseñaba que el Hijo no era eterno ni igual al Padre, sino una criatura exaltada. Esta doctrina confundía a muchos fieles y generaba divisiones en las comunidades cristianas.
Para responder con claridad, más de 300 obispos se reunieron en Nicea (actual Turquía) en un evento sin precedentes. Guiados por el Espíritu Santo, los pastores de la Iglesia proclamaron solemnemente que el Hijo es “Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial con el Padre”. Así nació el Credo de Nicea, que desde entonces ha sido columna vertebral de la fe católica.
San Atanasio: testigo de la verdad
Entre los protagonistas del Concilio destaca San Atanasio, entonces diácono y secretario del obispo Alejandro de Alejandría. Fue uno de los más firmes defensores de la divinidad del Hijo. Más tarde, como obispo, sufrió persecuciones, exilios y amenazas por su defensa del Credo niceno. En sus escritos explicó que cuando Jesús dice: “El Padre es mayor que yo” (Jn 14,28), no lo hace para negar su divinidad, sino para mostrarnos su obediencia en la encarnación. El Hijo es igual al Padre en divinidad, pero menor en su condición humana. Atanasio enseñaba que "el Verbo eterno no fue hecho, sino engendrado del ser mismo del Padre".
Gracias a su claridad y fidelidad, la Iglesia comprendió mejor el misterio de la Trinidad: un solo Dios en tres Personas, coiguales y coeternas. La fe en Cristo como verdadero Dios y verdadero hombre quedó así firmemente cimentada.
El valor actual del Credo de Nicea
A lo largo de los siglos, el Credo de Nicea-Constantinopla ha sido repetido por generaciones de cristianos como signo de comunión y fidelidad a la fe apostólica. En él profesamos no solo una doctrina, sino una relación viva con Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Confesar este Credo es una forma de resistencia frente a las nuevas herejías y relativismos modernos que pretenden diluir el misterio de Cristo o presentar una imagen falsa de Dios.
En este Año Santo Jubilar, en que la Iglesia universal se prepara para el Jubileo del 2025 bajo el lema “Peregrinos de la esperanza”, mirar al Concilio de Nicea es una invitación a renovar nuestra fe con valentía, con humildad, y con la certeza de que la Verdad nos hace libres.
Una confesión que nos une y nos transforma
Rezar el Credo no es repetir palabras antiguas; es actualizar nuestra pertenencia a Cristo y a su Iglesia. Es decir con firmeza: “Creo” —no solo de labios, sino con el corazón, con la vida, con las obras. Como comunidad parroquial, que camina en fidelidad al Evangelio, somos llamados a profesar esta fe con claridad, enseñarla con amor y vivirla con alegría.
El aniversario 1700 del Concilio de Nicea no es solo una conmemoración histórica. Es una memoria viva que nos impulsa a confesar hoy, con fuerza renovada:
“Creo en un solo Señor, Jesucristo… consustancial con el Padre. Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo…”
Que el Espíritu Santo, que guió a la Iglesia en Nicea, nos siga guiando hoy en nuestra parroquia, para que permanezcamos firmes en la fe, alegres en la esperanza y activos en la caridad.
Parroquia de Santa Ana y San Joaquín
Año Jubilar 2025 – Peregrinos de la esperanza en comunión con la Iglesia
universal.
Pbro.AJUMVP
Página web desarrollada con el sistema de Ecclesiared