Los laicos: llamados a orar, no a juzgar a los sacerdotes
En tiempos donde se vuelve común criticar o cuestionar a los pastores de la Iglesia, conviene recordar una verdad profunda: los sacerdotes no son funcionarios ni simples líderes humanos, sino consagrados por Dios. Han sido ungidos para ser alter Christus, “otro Cristo”, en medio del pueblo, y por ello asumirán un juicio más estricto delante del Señor (cf. Sant 3,1).
A los fieles laicos, por tanto, no les corresponde juzgar a sus sacerdotes, sino orar por ellos, sostenerlos con cariño y obedecerlos con filial disposición, siempre que enseñen y actúen en fidelidad al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia.
¿Y qué hacer cuando un sacerdote no nos agrada personalmente,
porque no es tan humilde o cercano como quisiéramos?
Primero, recordar que nuestra fe no se basa en simpatías humanas, sino en
Cristo. El sacerdote, aunque con defectos, representa sacramentalmente al
Señor. Como dice San Juan de la Cruz: “Debemos mirar al sacerdote como al
mismo Cristo, aunque su vida no parezca tan santa”.
Segundo, evitar caer en el juicio o la murmuración, que dañan a la
comunidad y al alma. En lugar de eso, hay que adoptar una actitud evangélica:
orar por ese sacerdote, ofrecer sacrificios por su santificación, y pedir al
Espíritu Santo que nos conceda la gracia de verlo con los ojos de Dios.
El Concilio Vaticano II enseña que todos los fieles están llamados a la santidad (cf. Lumen Gentium, 11), y a vivir en comunión: sacerdotes y laicos, colaborando por la extensión del Reino de Dios y la salvación de las almas. No se trata de competencia, sino de corresponsabilidad en la misión.
Escuchar al sacerdote es, en el corazón de la fe católica, escuchar la voz de Cristo, que sigue hablando a su pueblo a través de los pastores que Él mismo ha elegido. No son perfectos, pero son instrumentos elegidos por gracia. Recemos por ellos con amor, y trabajemos juntos, como un solo cuerpo, guiados por el Espíritu Santo.
Oración por los sacerdotes
Señor Jesús,
Buen Pastor,
te pedimos por todos los sacerdotes:
guárdalos en tu amor, fortalece su fe,
y hazlos reflejo fiel de tu misericordia.
Danos, como laicos, un corazón humilde
para orar por ellos, respetarlos
y caminar en comunión,
trabajando juntos por la salvación de las almas.
Amén.
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