El Bautismo: Puerta de la fe y llamado a la santidad
El don de ser hijos de Dios
El Bautismo es el primero de los sacramentos y la puerta de entrada a la vida cristiana. En él recibimos la gracia santificante, somos liberados del pecado original, incorporados a Cristo y hechos hijos adoptivos de Dios. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1213), el Bautismo “es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu”.
En este sacramento comienza nuestra vocación: ser discípulos de Cristo, vivir en comunión con la Iglesia y anunciar con la vida y la palabra la Buena Noticia del Evangelio. Bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, entramos en una nueva familia: la Iglesia.
Una vocación que nos compromete
Ser bautizados no es un simple recuerdo de un día especial, sino una vocación permanente. Cada vez que hacemos la señal de la cruz, recordamos que pertenecemos a Cristo. El Bautismo nos llama a vivir como hijos de la luz, en la fe, en la esperanza y en la caridad.
San Pablo lo expresa con fuerza: “Todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo” (Ga 3,27). Eso significa que nuestras acciones, decisiones y relaciones deben reflejar la vida del Señor. Ser bautizado es ser misionero: la gracia que recibimos no es solo para nosotros, sino para compartirla.
¿Qué hacer si un niño no ha sido bautizado?
La Iglesia recuerda a los padres cristianos la grave responsabilidad de presentar a sus hijos al Bautismo cuanto antes (cf. CIC, can. 867). No es un acto opcional ni un adorno cultural, sino una necesidad para la vida de fe.
La Iglesia, como madre, acoge siempre y está dispuesta a brindar este sacramento de salvación.
Invitación a renovar nuestro Bautismo
Cada cristiano debería preguntarse: ¿vivo como hijo de Dios? ¿Se nota en mi vida que he sido bautizado? La vocación bautismal nos impulsa a renovar día a día nuestro “sí” al Señor. En la Vigilia Pascual, en las fiestas patronales y en cada Eucaristía, al renovar nuestras promesas bautismales reafirmamos nuestra fe en Dios y nuestro rechazo al pecado.
El Bautismo es gracia, es don, es misión. Nos convierte en miembros de la Iglesia, templos del Espíritu Santo y discípulos misioneros. Como comunidad, no dejemos que ningún niño se quede sin recibir esta fuente de vida nueva. Recordemos siempre las palabras de Jesús: “Dejen que los niños vengan a mí” (Mc 10,14).
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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