Día 6 – La Envidia y la Caridad

Día 6 – La Envidia y la Caridad

Venciendo los pecados capitales

La envidia es la tristeza por el bien ajeno, como si lo que otro posee nos quitara algo a nosotros. Es un veneno silencioso que divide familias, comunidades y amistades, y que puede llevar incluso al odio y a la calumnia. La envidia ciega el corazón e impide reconocer los dones de Dios en nuestra propia vida, porque nos hace mirar siempre lo que “no tenemos” en lugar de agradecer lo que sí hemos recibido.

Virtud contraria: La caridad

La caridad es el amor verdadero que brota de Dios y se alegra del bien del prójimo. El corazón caritativo sabe que los dones de los demás no son una amenaza, sino una riqueza para todos. Amar con caridad es alegrarse cuando otros crecen, triunfan o reciben bendiciones, porque todo viene del mismo Padre. Allí donde la envidia destruye, la caridad construye.

Palabra de Dios:

San Pablo enseña con claridad:

“El amor es paciente, es servicial, no tiene envidia, no presume ni se engríe” (1 Co 13,4).
El amor auténtico no compite ni rivaliza, sino que se goza en la verdad y en el bien de los demás.

Enseñanza de la Iglesia:

El Catecismo advierte: “La envidia puede conducir a los peores crímenes” (CEC 2539) y nos invita a combatirla con la benevolencia y la humildad. Al mismo tiempo, nos recuerda que “la envidia representa una forma de tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad” (CEC 2538). La caridad es el remedio que transforma el corazón en fuente de alegría compartida.

Acción práctica:

Hoy te invito a felicitar sinceramente a alguien por un logro o bendición recibida. Que tus palabras sean expresión de gratitud a Dios por los dones derramados en los demás. Ese gesto sencillo purifica el corazón y abre la puerta a la verdadera fraternidad.

Oración final:

Señor, arranca de mi corazón toda envidia y hazme descubrir que cada don, cada éxito y cada bendición, son un reflejo de tu amor en el mundo. Dame un corazón limpio para alegrarme con el bien del prójimo y para vivir en la caridad que no pasa nunca. Amén.

Pbro. Alfredo Uzcátegui.