Día 3 – La Lujuria y la Castidad
Venciendo los pecados capitales
La lujuria es el desorden del deseo sexual que reduce a la persona a un objeto
de placer. No se trata de negar la belleza y bondad de la sexualidad —creada
por Dios como expresión de amor y apertura a la vida—, sino de reconocer que,
cuando se busca solo la satisfacción egoísta, se destruye la dignidad del otro
y se hiere la capacidad de amar. La lujuria esclaviza el corazón, lo vuelve
incapaz de la entrega sincera y lo cierra a la pureza del amor.
Virtud contraria: La castidad
La castidad es la virtud que integra la sexualidad en la persona y la ordena hacia el amor verdadero. No es represión ni miedo, sino libertad interior para amar con un corazón limpio, respetando el cuerpo propio y el del otro como templos del Espíritu Santo. La castidad es camino de madurez, pues enseña a amar como Cristo: con un amor fiel, gratuito y entregado.
Palabra
de Dios:
San Pablo nos recuerda:
“¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en
vosotros y que habéis recibido de Dios?” (1 Co 6,19).
Cuando descubrimos la grandeza de nuestro cuerpo como lugar de encuentro con
Dios, comprendemos que la pureza no es una carga, sino un don y una
responsabilidad.
Enseñanza de la Iglesia:
El Catecismo enseña: “La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona y, por ello, en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (CEC 2337). La castidad conduce a la libertad, porque nos enseña a dominar los impulsos y a vivir el amor como don total de sí mismo.
Acción práctica:
Hoy puedes dar un paso concreto para cuidar tu corazón y tu mirada. Evita consumir contenidos que degraden la dignidad de las personas, ya sea en medios, redes o conversaciones. Pide al Espíritu Santo la gracia de mirar a los demás con pureza, reconociendo en ellos la presencia de Dios.
Oración final:
Señor Jesús, Tú que miraste con ternura y pureza a cada persona, limpia mi corazón de todo deseo egoísta y enséñame a amar con un amor verdadero, fiel y casto. Haz de mí un testigo de la pureza del Evangelio en medio del mundo. Amén.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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