Día 2 – La Avaricia y la Generosidad
Venciendo los pecados capitales
La avaricia es el deseo desordenado de poseer y acumular bienes materiales, colocando en ellos nuestra seguridad y felicidad. Este pecado nos encierra en nosotros mismos, nos hace indiferentes a las necesidades del prójimo y nos lleva a olvidar que lo que tenemos es don de Dios para compartir. La avaricia no se mide solo en grandes riquezas; también puede manifestarse en el apego a lo poco que tenemos, cuando nos domina la obsesión por poseer y retener.
Virtud contraria: La generosidad
La virtud que libera del poder de la avaricia es la generosidad. Un corazón generoso comprende que todo lo que tenemos es un regalo de Dios y que somos administradores, no dueños absolutos, de los bienes recibidos. La generosidad nos abre a la caridad, al compartir con los hermanos y a descubrir la verdadera alegría en dar más que en recibir.
Palabra
de Dios:
Jesús nos lo recuerda con claridad:
“Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6,21).
El Evangelio nos invita a poner nuestro corazón en Dios, no en las riquezas
pasajeras. Solo en Él encontramos la seguridad que el dinero no puede comprar.
Enseñanza de la Iglesia:
La Doctrina Social de la Iglesia enseña que los bienes de la tierra tienen un destino universal: “Dios destinó la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 171). Esto significa que no podemos vivir como si los bienes fueran solo para nosotros; estamos llamados a compartirlos y a usarlos en función del bien común.
Acción
práctica:
Hoy te invito a dar un paso concreto de generosidad: comparte algo con
alguien que lo necesite. Puede ser una ayuda material, un alimento, tu
tiempo, tu escucha o tu compañía. El gesto no importa por su tamaño, sino por
el amor con que lo realices.
Oración
final:
Señor, dueño de todo lo creado, enséñanos a no poner nuestra confianza en las
riquezas que pasan, sino en tu amor que permanece. Haz nuestro corazón generoso
para compartir con los demás y descubrir en el dar la verdadera alegría del
Evangelio. Amén.
Pbro. Alfredo Uzcátegui.
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